Portada de la Constitución de Cádiz del 1812,la Pepa,y los cuadros de la Jura de las Cortes en Asamblea General y Extraordinaria en La Isla de León de 1810 y de la aprobación de la Constitución el 19 de marzo de 1812 en Cádiz.
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UN SIGLO LLAMA A LA PUERTA:
LA MEMORIA HISTÓRICA DE RAMÓN SOLÍS
Pero aun sin pretenderlo, la memoria histórica
aporta un conocimiento, no científico como el que
parte de la investigación, sino poético, y recupera a
su manera aspectos o matices de la realidad.
Memoria histórica, Rosa REGÁS
11 de noviembre de 2002
[...] después de que las Cortes se trasladaron a Cádiz, la calle Ancha, además de un paseo público, era, si se me permite el símil, el corazón de España.
[...]
Este mismo mundo que nos recrea en sus Episodios Nacionales Pérez Galdós-uno de los maestros más eficaces en el juego entre la novela, la ficción y la historia-es el que volvemos a ver retratado en la novela histórica de Ramón Solís, Un siglo llama a la puerta (1963). Una nueva mirada sobre el momento más brillante de la historia de la ciudad gaditana, a caballo entre el riguroso dato de archivo y biblioteca y el juego de matices y contrastes de una ficción narrativa en la que se mezclan personajes, espacios y conflictos que pertenecen a la memoria histórica de una ciudad -Cádiz en torno a 1812-, en la que se inicia el tortuoso camino hacia la libertad en España. Pero vayamos por parte.
[...]
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Desde el balcón se divisaba ahora la fragata entrando en el muelle.
–Mira que hermoso barco.
No contestó. Él la tomó por la cintura y la llevó hasta los cristales. En el buque, los marineros trepaban por las jarcias para arriar las velas. Él también había subido a las vergas cuando era joven. "Ahora –pensó– ya no podría subir". Se dio cuenta de que era viejo. [...] Hubiera dado cualquier cosa por volver a aquellos tiempos, por cambiar aquel uniforme de capitán general de la Armada por el de guardiamarina, con tal de tener arrestos y juventud para trepar por los obenques camino de las vergas.
–Debe de ser un buque mercante inglés.
[...]
La habitación estaba casi en la oscuridad. Encendían, ahora, algunas luces en el muelle, en los buques de la bahía, en las casas próximas. El viento comenzó a soplar con furia; se oía su leve silbido por la calle del cuartelillo de Marina y se vio moverse la cortina de lona de la tienda de coloniales de enfrente.
–¡Va a llover!
–Si al menos descargara la lluvia esta noche...
–Puede que llueva esta noche y también mañana.
–Mañana... –repitió pensativo el gobernador–. Sería una lástima que lloviera mañana –y pensó en las fiestas que con motivo de la promulgación y jura de la nueva Constitución se habían proyectado en Cádiz.
–Dios quiera que no llueva –dijo en voz alta.
[...]
Las gentes que habían reservado sus mejores galas para los actos de aquel día histórico, salían con timidez a la calle. No hacía falta ser un lobo de mar para comprender que una fuerte borrasca de agua estaba a punto de desencadenarse.
Las baterías de la ciudad disparaban las salvas de rigor. Al otro lado de la bahía se oyeron, lejanos, otros cañonazos.
–¿Serán capaces los franceses de bombardear hoy la ciudad? –preguntaba a un aguador una madrugadora moza del servicio.
–No, esos cañonazos son salvas, como los de aquí; hoy celebran el santo del rey Pepe Botella. ¡Qué buena tajada cogerá hoy el indigno!
–Pues ya puede aprovecharse, porque con esa Constitución que hoy estrenamos poco durará su reinado.
–Había en la mente de todos la convicción, casi la superstición, de que la nueva Constitución sería el arma más eficaz para lograr la unidad y la fortaleza necesaria con que vencer a los franceses y hacer volver a España el deseado Fernando. Aun los mismos serviles veían en ella, pese a su escaso entusiasmo, el texto que resolvía, en aquellos momentos, todas las dificultades que planteaba la falta de un mundo único.
Desde las primeras horas de la mañana la ciudad entera se puso en movimiento. Había en Cádiz el convencimiento de que aquel día el mundo entero estaba pendiente de la gran efemérides que en la ciudad se iba a producir.
[...]
Aquel día soñado, el resultado de una serie de días laboriosos en que los diputados trabajaban intensamente. El pueblo estaba orgulloso de vivir una efemérides que consideraba decisiva, capaz de asombrar al mundo.
Fue un amanecer de inquietudes. [...] Era un día de apresuramiento, de ropa nueva para estrenar; uno de esos días esperados con ansiedad en el almanaque, que dan labor a sastres y modistas y ponen en movimiento a toda una ciudad.
Exposición: `LA MODA EN EL CÁDIZ DE 1812´
Casa de Iberoamérica - Cádiz
Todo Cádiz estaba engalanado. Los farolillos de papel, listos para la iluminación de la noche, con sus candiles cargados de aceite, que sólo esperaban la llegada de la oscuridad y la llama que les diera vida, para alegrar con su presencia las fiestas que para la velada se organizaron. Ya la noche anterior, las bandas de música habían recorrido la ciudad tocando floreadas retretas, tras las cuales se leía el bando del gobernador, detallando, con toda clase de pormenores, las ceremonias a celebrar.
Calle Ancha - Cádiz
http://cadizcentro.net
[...]
La comitiva que había de salir del Congreso para dirigirse a la Iglesia del Carmen y dar gracias a Dios, comenzó a formarse dentro del Templo de San Felipe Neri. Los diputados vestían sus mejores trajes. En la plaza aguardaban los soldados vestidos de gala, los maceros del ayuntamiento, las representaciones. El capitán general, llegó con su escolta y entró en el Templo. Al fin se formó la comitiva.
Cuando la larga fila de diputados doblaba la esquina de la calle Santa Inés, camino de la calle de la Torre, los nubarrones cubrían, por entero, el cielo.
Cayeron las primeras gotas mientras el viento arremolinaba la arena que, para que no resbalaran los caballos, se había echado sobre el adoquinado. Las banderas y las colgaduras flameaban de un lado a otro. La comitiva avanzaba lenta, queriendo ser majestuosa. Era necesario llevar la mano en el sombrero para evitar que el viento lo arrastrase, y se hacía difícil caminar con las capas pegadas al cuerpo, dificultando los movimientos.
Arreció la lluvia. Se oían, lejanos, cañonazos con que, al otro lado de la bahía, se celebraba el santo rey del intruso. Silbaba el aire en las calles estrechas. La comitiva continuaba su camino. En las aceras se agolpaba la multitud.
De pronto, la lluvia se hizo densa. Era como un velo de agua que todo lo difuminaba. La comitiva aligeró el paso. Al llegar al templo del Carmen, la tormenta estalló en gran aparato de truenos y relámpagos. Un rayo cortó de raíz uno de los árboles de la Alameda, que cayó aparatosamente.
Se entonó un Tedeum. La iglesia entera era un ascua de luz. El retablo refulgía dorado. El gregoriano solemne, el incienso, el armonium, ponían final a las labores de un Congreso que daba gracias por el feliz resultado de sus reuniones. Repican todas las campanas y las músicas militares atronan la ciudad, saludando a la nueva Constitución.
Olía a paño mojado, a telas húmedas y se oía caer estrepitosa la lluvia en la calle. Cuando terminó la función religiosa, la comitiva se puso de nuevo en marcha camino de San Felipe Neri. Los truenos se alejaban, los relámpagos eran cada vez más débiles, pero la lluvia y el viento proseguían azotando la ciudad. El mar de la bahía estaba alborotado y rugía a los pies de la muralla.
Oratorio de San Felipe Neri
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Cuando la comitiva retornaba, la batería de la Cabezuela abría fuego contra la ciudad. El bombardeo no amilana a los gaditanos, que se agolpaban en calles y plazas para verlos regresar. El fuerte de Puntales y las lanchas cañoneras inglesas que están en la bahía responden al fuego francés. El pueblo de Cádiz grita entusiasmado, vitorea a los diputados y a la Constitución, empapándose con la lluvia torrencial que no cesa.
Hay en la mente de todos un trágico presagio de mal agüero en aquella lluvia, en aquellos truenos que parecen anunciar una dolorosa vida a aquella Constitución que nace. Pero tan pronto inician los franceses su bombardeo, la población entera de Cádiz se crece, se llena de fervor patriótico.
A las tres de la tarde se inicia la promulgación del nuevo Código. De las casas consistoriales sale una nueva comitiva presidida por el capitán general. Los oidores de la Audiencia Territorial, los regidores perpetuos, los reyes de las armas de Su Majestad, escoltados por la caballería, van camino del Palacio de la Aduana, en el que se alberga la Regencia; allí, el Ministro de Gracia y Justicia entregará al capitán general un ejemplar de la Constitución. Dirígese la comitiva al lugar destinado a la primera lectura, frente al mismo palacio. Bajo un dosel con el retrato del rey Fernando, a quien la tropa rinde honores, se lee al pueblo, por primera vez, la Constitución. Esta lectura se ha de repetir varias veces en diversos lugares de la ciudad.
La comitiva camina lenta, el acto de la lectura es prolijo. La lluvia no cesa ni un momento, pero el pueblo no falta a su cita. Las colgaduras escurren el agua, las banderas, empapadas como están, ya no se agitan al viento.
Se ajan y marchitan el terciopelo y el paño de los uniformes, mientras que chorrean colorines los farolillos de papel.
Cae la tarde bajo el tronar de los cañones enemigos. Una tarde oscura, de viento y de lluvia, en la que el mar gruñe furibundo. Hay relámpagos lejanos que son como chispazos de luz. La comitiva vuelve al ayuntamiento. El pueblo, ronco de gritar y vitorear, vuelve a sus hogares o se refugia en las tabernas y bares del Boquete o de la Caleta.
Cuando aquella noche el capitán general, don Cayetano Valdés, se quitó el uniforme nuevo, mustio, descolorido, ajado para siempre el azul terciopelo y marchito el hilo de oro bordado, tuvo que enfrentarse con la dura mirada de su mujer.
–Tu uniforme no ha durado más que un día; esperemos que dure más la Constitución.
[...]
Manuscrito original de la Constitución de Cádiz
Exposición: "En-clave de historia"
http://www.bicentenariocadiz1812.es/contenido.cfm?id=1858
Enlaces de interés:
Para ampliar la lectura: http://www.grupoquorum.com/libro-381871-UN-SIGLO-LLAMA-A-LA-PUERTA.html
Colaboración de Juan Diego Pinteño
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