NUEVO MESTER ANDALUSÍ
Loado sea Dios, que dispuso que quien hable con orgullo de Al-Andalus pueda hacerlo a plena boca… Yo alabo a Dios porque me hizo nacer en Al-Andalus… Yo pertenezco a un linaje de gentes nobles y poderosas…
AL-SAQUNDÍ (año 1200)
Égloga, Elegía, Oda, Luis Cernuda
A Alfonso Canales
EN EL LIBRO del aire se explica al mediodía un lustral patrimonio y el disfraz de una herencia.
Desde el fondo del agua las palomas torcaces a las olas acercan el camino del cedro.
De Sidón y de Biblos extraños argonautas van cruzando tu aurora hasta un mar de azoteas.
La púrpura destella y hace nuevo el ocaso con el brillo del múrex que jamás fue tan bello.
De mar a mar las aves descuelgan su plumaje ajenas al peligro de halcones y ballestas.
Una antorcha se yergue viajando en los trirremes que a tus playas hablaron con fenicio alfabeto.
Señalan dos columnas los límites de Gades y el final opulento de la pródiga Hesperia.
Extranjeras termites persiguen de tu vientre las ocultas sustancias de la plata y el hierro.
Metales que conviven sus calizos ajuares con los cuños redondos de brillantes monedas.
Por tus verdes alturas y tus picos nevados pasa un vuelo de siglos como un ramo de viento.
Lucena, Sagra, Ronda, Almijara, Filabres, Alhamilla, Segura, Cazorla, Grazalema.
La luz mediterránea hace nido en las costas y a la arena la enciende con sus rubios incendios.
Las bellas serpentinas anillan las ciudades y entregan a las fuentes sus líquidas arengas.
Jándula, Guadalete, Guadalquivir, Salado, Genil, Guadalmedina, Gudaira, Guadalfeo.
Espadas abundantes que transfunden la escarcha traída a la campiña por sus duras arterias.
Que ofrecen el regalo de limos que edifican palacios vegetales hasta entonces secretos.
Íbices poderosos bajando a la llanura a llenar la vasija caliente de las hembras.
Acrópolis hundidas donde bíblicas naves buscaron con sus quillas riqueza y fondeadero.
Ciclópeos cinturones tallados del granito donde el sol vigilaba cuidadoso sus puertas.
Tómbolos protegidos por sales y marismas y castros que prohibían contemplar a Tartesos.
Gloriosas podredumbres que fueron a la nada hasta hacer del vestigio verdura de las eras.
Lugares en que hozan la cabeza amarilla del alacrán y el ruido de una tropa de insectos.
Itálica, Mainake, Gadir, Abdera, Calpe, Hispalis, Iliberris, Astigi, Acci, Carteia…
DECIR ANDALUCÍA entonces fue milagro y alejar de la lengua ceniza y desconsuelo.
Poner en cada esquina del mundo un arrogante prodigio irrepetible y grabar unas letras.
Regresar a Sanlúcar después de haber escrito por islas ignoradas el mejor palimpsesto.
De Córdoba hasta Italia espadas andaluzas van tallando en las nubes una mágica enseña.
Al pie del Guadarrama Velázquez mira el aire y, eterno, lo retrata con volumen y cuerpo.
Pinzones y marinos abren rutas al agua y, en la mar tenebrosa, van muriendo de Huelva.
Atruenan los cañones el istmo y la bahía y, en Cádiz, las muchachas se hacen rizos del fuego.
Por Darro y Bibarrambla van cayendo las sombras que ajustician la tarde y un nombre de doncella.
PASADO TIEMPO tuyo que no tiene ahora sino memoria deleznable de un lejano recuerdo.
Silo de ayer, Sevilla extiende sobre el río su almez y su aljarafe sobre un fondo de adelfas.
Levanta su Giralda y alcázares y torres del Oro y de la Plata como un triste pañuelo.
Espejo de la mar, al sol yace Almería en sedientos bancales que el esparto gobierna.
Hirsutas cordilleras negáronle sus ríos y bañan los secanos del clamor del almendro.
Su rostro duerme ahora donde el cactus se erige como un gran obelisco de sed sobre la arena.
Su tierra que fue manto del pastizal, diadema con fuentes y con pozos de un constante aguacero.
Sin pájaros ni nubes que apaguen con su canto la pira funeraria del yermo y de la piedra.
Los montes de pizarra donde grita el tomillo y, ausente del rocío, llora mudo el espliego.
Sus hombres que caminan viajeros a una tierra donde huelen las flores distinto a la palmera.
Las aves migratorias que marchan a tejados donde exilio propicie su sucinto alimento.
Y que en cada suspiro, igual que otra Granada, ocultan a sus ojos un Boabdil de tristeza.
Andaluces sin tierra de promisión que beben el sol de cada día como un dulce veneno.
Que ven sobre las brumas del norte unas biznagas y vencejos perdidos que buscan sus veletas.
Y ven una alcazaba y un alto Gibralfaro luchando con la niebla que se hospeda en el sueño.
Una cinta de nácar donde Venus, desnuda, apacienta pleamares de Málaga a Marbella.
O ven, junto a su puente, una roja mezquita que guarda en sus columnas unas huellas de dedos.
Su Córdoba perdida, más lejana y más sola, con el cuerpo tendido bajo Sierra Morena.
Haciendo del verano un horno de espadañas donde corren caballos con crines de azulejos.
Que lloran de Granada, la que tuvo mil torres y poder en murallas color de la canela.
Que observan horizontes donde el luto ennegrece la dócil escultura del ciprés y el enebro.
Nativos territorios que serán con el día batalla del aroma que engendró la alhucema.
Pues surgen nuevos tallos que acrecen la besana y dan luz a lo oscuro del hermoso aposento.
Y en las crestas azules de Jaén una alondra se abre al sol y hace olivos una altiva bandera.
Bandera blanca y verde que a la nieve marida la total esperanza que ocultó el limonero.
Señal de tiempos otros en que vista la savia su túnica más joven, sus ropas de inocencia.
Y nos vuelva una patria feliz restituida más allá de la noche, más allá del silencio.
EL SUR, LA CASA noble que dio de sus manteles, se ha encontrado sin nada que hallar en su alacena.
Su mesa de abundancia, sus panes de codicia, quedóse entre tahúres y manos de logreros.
Hambrientas alimañas llevaron a festines viandas las mejores sobre ajenas bandejas.
Le dejaron tan sólo lo hermoso miserable de su piel calcinada por el sol siempre eterno.
Las plazas asustadas abriendo a los naranjos su talle enjalbegado, sus redondas pulseras.
Aquella luz de antaño donde hospeda el perfume su frágil mercancía como en un pebetero.
Jazmines y albahacas quemando los balcones con el cetro florido de olorosas macetas.
Racimos habitables al pie de los castillos y que cuelgan sus casas de blancos tendederos.
Patios donde la tarde escribiera en paredes escudos y geranios de una heráldica esbelta.
Dejaron de tus bienes sólo el aire y lo libre del sol en la campiña y el azul de tus cielos.
Y trocaron tu cuerpo en sauce de desgracia vestido de lunares por mercados y ferias.
En puñado de palmas compradas con el vino y en torrentes de azogue sollozando en el sexo.
Tu carne, Andalucía, procaz ante el espejo y ofrecida en la lonja igual que una ramera.
Mordida de los ojos que buscaban con cobres sostener la arrogancia de tus cálidos pechos.
Que en un “ole” acercaban la oferta miserable de yacer cada noche con tu honesta pobreza.
Creyendo que tu vientre igual era que un potro comprado entre botellas de sucio chalaneo.
Tu vientre, Andalucía, donde hundió la aceituna lo lustral y brillante de su brote y su umbela.
Montaña de la espuma que abrazó a la semilla en unos desposorios de olivar y majuelos.
La flor de tu cintura con frutos sazonados que en la vid sostenían los cántaros del néctar.
Bodegas minerales volcando entre parrales un arroyo constante de luz sobre el albero.
Extensiones de lumbre creciendo en los alcores y hendiendo el horizonte de una agreste arboleda.
Lugar que fue alegría, tu boca fue manchada de coplas y carmines y el hedor de unos besos.
Y alzaron tu retrato envuelto en oropeles que ilustraban navajas y gestos de tabernas.
Dejaron, ay, tan sólo lo triste que cantaba dormido junto al pozo y el frescor del romero.
E hicieron de tu casa un palomar perdido con que dar al oprobio serrallo y paridera.
Desván interminable donde sólo tu carne brillaba como un astro sin violar sobre el lecho.
Y en torno panderetas, mantones, faralaes, lentejuelas, mentiras, claveles, castañuelas.
Y tu sexo desnudo temblando en la desgracia tal una golondrina que apiadara al invierno.
Y fuera, en los cortijos, un sollozo de mieses bajo el manto de plomo del calor y la siesta.
DOLOR vierte hoy su zumo fustigando unos fuelles que asolan tu garganta con sus vómitos muertos.
Clamor de verdiales, seguirillas, tarantas, bandolas, bulerías, cantiñas, malagueñas.
La férrea voz antigua conduciendo hasta el eco los turbios aguijones que laceran el pecho.
Huracanes de lava, ventiscas, maremotos que acogen las guitarras en sus bosques y cuerdas.
Una trágica historia que muerde de tu herida hasta hacer la amargura nutritivo alimento.
Chacón, mítica Trini, Juan Breva, Manuel Torre, rey Caracol, Pastora, Mercedes la Serneta.
Temblor vivo sonando en las fúnebres misas con que ahondáis a la noche su olor a matadero.
Vosotros, viejos dioses, que clavasteis al trino un gesto de navaja sobre tanta inclemencia.
Torres de Dios, augures, orfebres del asombro, oráculos divinos, misteriosos mineros.
Luis de Góngora, Herrera, Juan Ramón, Luis Cernuda, Villalón, Federico, Alberti, Juan de Mena.
Todos los que sentisteis crecido en las entrañas un ruiseñor de oro lastimado y enfermo.
Y plantasteis un árbol que extiende su amplia copa y florece en palabras de una nueva cosecha.
Hermanos andaluces que disteis a la copla materia la más pura que mató el halconero.
Un mirlo que en las alas, volando el desamparo, acercaba la lluvia y el tacto de la hierba.
Viejas paternidades, sacerdotes antiguos, estatuas suplicantes de un insólito reino.
Donde pastan los toros que ordenan su amenaza bajo el cielo terrible de las vastas dehesas.
Y que mugen buscando clavar su arboladura de la exigua cintura de cetrinos efebos.
Vosotros, gladiadores, que domáis al engaño el alto terremoto de las negras cabezas.
Belmonte, Lagartijo, José, Rafael el Gallo, Ignacio, Machaquito, Guerrita, el Espartero.
Apolos donde el trigo levantó sus espigas y alzó las amapolas de una sangre irredenta.
Linajes de centauros y anónimos infantes clavando a la embestida los rehiletes del miedo.
A esa gloria sin nombre donde toda aventura fenece en el olvido y en aplauso se aventa.
Tibios muslos punzados por el hambre y el arte mientras vida y tendidos os negaban trofeos.
Vosotros, padres míos, genitores extensos, artífices del cante, ventalle de cavernas.
Los que hicisteis la boca un odre inacabable y un dolor que tenía sabor a cementerio.
En tanto caballistas de brillantes zahones marcharon de la muerte con garrochas y espuelas.
Y una oscura corrida prolongaba mareas por las ocho provincias del gran coso sureño.
Mientras cruzan sin tregua desde el monte a los valles los trenos milenarios de amenaza y tristeza.
Y en la res andaluza el grito de la sangre hace arder inocente su paisaje de duelo.
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Ángel García López, Mester andalusí (1978), en Obra poética, Ed. de Felipe Benítez Reyes, Cádiz, Diputación Provincial, 2009, Vol. I, págs. 253-259.
Julio González, La catedral del mar, 2007. Fotografía incluida en el calendario "Cádiz, tres mil años de historias" de CADIGRAFÍA