[…]
Los españoles
parecen sentir una gran admiración por Cádiz. En algunos de sus libros lo
comparan a un palacio de plata colgado sobre el mar y “primorosamente
afiligranado”. También dicen que, visto de otras perspectivas y a causa de sus
torres blancas, altas y esbeltas, las azoteas de sus casas y las cúpulas de sus
gráciles templos, semejan un gran navío de alabastro o marfil, que brilla
esplendoroso y se eleva flotando en medio de un mar azul. Las cúpulas y los
templos supongo yo que quieren representar, de manera bastante imperfecta,
claro, las velas blancas tensas por el viento. Aunque después de todo no hay
tanta exageración (ponderación) en
esta descripción como podría haber sido el caso, teniendo en cuenta el amor que
los españoles sienten por el lenguaje de estilo oriental.
Aunque Cádiz sigue
siendo sin duda una ciudad industriosa y ajetreada, ha sufrido un serio declive
en fortuna y comercio desde que España perdió sus principales colonias americanas.
Ford nos dice que los españoles comparan en ocasiones a Cádiz (a la que
nuestros colegas, destrozones de nombres propios, llamaron durante mucho tiempo
Cales) con una “taza o platillo de plata”. Del árabe tast o taste (y taste significa “gusto o sabor” en inglés), que no es mal nombre para un buen
plato. “Se levanta”, continúa Ford, “sobre una península rocosa con forma de
jamón, entre diez y cincuenta pies sobre el mar”. (En este caso la taza o
platillo está sobre el jamón y no el jamón sobre el platillo, lo que
contraviene por completo la costumbre.) El mar, abrazándola amorosamente,
circunda casi del todo esta ciudad brillante y cristalina, excepto por donde un
estrecho istmo la une a tierra firme.
Cádiz tiene un aire
fresco y juvenil, aunque es la ciudad que más años cuenta en Europa. Parece una
perla poderosa y bella que el océano arrojara a la orilla; pero por edad, se la
podría comparar mejor con el pariente materno de esa joya marina –esa
madreperla que es “la Venerable Perla” de la canción; en cualquier caso es la
madre de la piedra y el mortero, más bella que la mayoría de sus hijas.
[…]
“¡Cádiz!” Exclama
un autor nativo; “¡Cádiz!; su mismo nombre trae miles y miles de emotivos
recuerdos a la mente de extranjeros y visitantes. ¡Cádiz!, ciudad que fue tan
hermosa en la historia de nuestras revoluciones políticas, que se convirtió en
cuna de nuestras libertades y teatro de hechos significativos y memorables.”
[…] El autor prosigue reafirmando la perceptible diferencia que hay entre el
norte y el sur de España. “Qué cambio de decoración […] son diferentes en todos
los aspectos […] Allá la misma
Naturaleza que se percibe alrededor, formalmente fructífera, es un arte; aquí parece resistirse a toda imposición
y control y es preeminente en prodigalidad. Las costumbres, tranquilas,
sencillas y patriarcales de las provincias norteñas, no se parecen en nada a
las de las gentes alegres, ardientes e impulsivas de la España meridional. Aquí
todo es apasionado, brillante y voluptuoso. La misma Naturaleza que allá acaba
siendo productiva gracias al trabajo y el esfuerzo, ofrece aquí espontáneamente
a los pies del hombre sus exuberantes tesoros; allá, como a prometida tímida y
retraída, o como a amante altiva, hay que cortejarla, conquistarla y adularla
para convencerla de que cumpla y complazca. Aquí, por el contrario, como una
dulce esposa o un valido obsequioso, ofrece sonriente su homenaje y amoroso
servicio.
Fragmento
extraído de Viajeras Anglosajonas en
España,
Fundación
Pública Andaluza Centro de Estudios Andaluces
Sevilla,
2009
Imagen: Alfred Guesdon, 1855 (extraída de http://www.oronoz.com/paginas/muestrafotostitulos.php?pedido=BAHIA%20DE%20CADIZ&tabla=Claves)
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