La manera de ser de Cádiz quizá pueda resumirse en el verso de Manuel Machado: “salada claridad”. La omnipresencia del mar hace que el viajero, nada más entrar a la ciudad, ya sea por la carretera que viene de San Fernando, ya cruzando el puente sobre la bahía, se sienta en una isla doblemente envuelta en el azul: el del mar y el del cielo. Más aún: Carlos Edmundo de Ory (Cádiz, 1923) advirtió en uno de sus poemas cómo el mar se pone de pie. Carlos, hijo del también poeta Eduardo de Ory, nació en una casa de la Alameda Apodaca. Hoy ese edificio lleva dos placas conmemorativas, una dedicada al padre y otra al hijo. Desde una ventana que mire a la bahía apuntando a Rota, el mar se ve azul oscuro en un vértigo vertical. Hijo de ese vértigo es Carlos Edmundo, coinventor del Postismo, rama del Vanguardismo que, como una auténtica rareza, fundaron en Madrid, en 1945, tres jóvenes artistas extravagantes: Eduardo Chicharro hijo, Carlos Edmundo de Ory y Silvano Sernesi. El poema que reproducimos es el mundo visto desde la maravilla de la infancia, desde los ojos del Niño Divino al que rindieron culto los hijos del Surrealismo.
Es también una apretada autobiografía espiritual: aquí se recuerda al niño raro que él fue y aún sigue siendo, el que ve todas las cosas de una manera especial, el que habla con un señor especial también que es poeta (poeta modernista) y es su padre. Este poema ha de decirse en una dirección concreta (Apodaca 15-17) y con una condición: saber que en poesía todo es posible, y que sobre todo se permite la libertad, la sorpresa y la risa.
NO TIENE TÍTULO
Cuando yo era niño un hada me regaló una catedral
Cuando yo era niño el color azul se puso de pie delante de mí
Cuando yo era niño llamaba de usted a los peces
Cuando yo era niño vi la sangre del mármol
y vi la mano de Dios tirada en un baratillo
y vi el arpa de David en el despacho de un banquero
vi también por primera vez la lluvia un lunes
Cuando yo era niño me metieron en una familia
pero en realidad yo era el jefe de los violines
Empecé a mentir empecé a orinar aguardiente
No sabía dónde guardar mis cosas
coleccionaba polvo
Un hombre extraordinario llegó a mi cama
y hablándome al oído me dijo:
“Yo soy el marido de la luna”
Siete veces me puse enfermo
Fue siempre a causa de siete sorpresas
No me está permitido enumerarlas salvo dos
La que tuve cuando vi las pestañas de mi ombligo
y la otra que me marcó para toda la vida
Era un tren que llevaba calles a las ciudades
Una vez me dio un beso un lobo
Cuando yo era niño me rompí
Cuando yo era niño mi maestro era un niño
el cual se clavó un clavo en la cabeza
Perdió el habla
De él recibía mensajes por escrito
Todo lo que sé hoy día
se lo debo al niño que me lo enseñó
principalmente el sánscrito
La primera palabra que aprendía a escribir
fue la palabra peine
Nadie sabe que es un verbo
Cuando era niño me escapé del colegio
y me fui a China
Hay muchas cosas que no puedo decir a nadie
casi todas se refieren a las matemáticas
Sobre la madera de los pianos no hay nada que yo no sepa
Un sacerdote me dijo lo que significa fumar
Sé que los sepultureros venden bufandas a los muertos
No he visto cosa más bella que la sombra del pavo real
Durante una hora sufrí el peor de los castigos
fue cuando me dieron de baja de niño en un convento
ya que molesté a las monjas con preguntas de teólogo
Siempre me interesaron las rodillas
En el frío del amanecer está la razón de todo
Cuando yo era niño traje una roca a casa
Coleccionaba saliva
Una vez entré con un caballo en una taberna
Me hicieron subdirector de los jugadores de bolindres
Cuando leí que en la Biblia se hablaba de Postismo
lo primero que hice fue comprarme un bañador
El niño que era mi maestro murió en el frente
Coleccionaba termómetros
Se supo en el gobierno que yo mentía
Planché una paloma para saber lo que es el pecado
Y vi bajar de un barco lo que diré
(salvo lo que no me está permitido decir a nadie)
Vi bajar a un abuelo que estornudaba mucho
Vi bajar al inventor de los billares de bolsillo
arruinado llorando
Y vi bajar a un bailarín famoso que se me acercó diciéndome
−Sabes rosa mía que he venido hasta aquí
para tocar el corazón de los limpiabotas
Carlos Edmundo de Ory, Música de lobo. Antología poética (1941-2001), Selección y prólogo de Jaume Pont, Barcelona, Galaxia Gutenberg & Círculo de Lectores, 2003, págs. 334-335.
Ahora que el poeta Carlos Edmundo de Ory agoniza en su casa de Francia, el mar de Cádiz, puesto en pie con todas sus olas, sus navegantes, sus gaviotas y sus peces, le saluda: Salve, Carlos del Mundo, Príncipe Azul. Recuerdos a Laura, Rosa Mía. TODO LO QUE ES BELLO ES FIEL.
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Carlos Edmundo de Ory (Cádiz, 27 de abril de 1923 – Thezy-Glimont, 11 de noviembre de 2010), descansa en paz.
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