Cuadro sobre la batalla de Trafalgar expuesto en el Museo Naval de Madrid
Trafalgar es el primer episodio de
la primera serie de sus Episodios
Nacionales. Esta primera serie está caracterizada por los hechos militares
del período 1805-1812. En ellos, las memorias de Gabriel Araceli conducen al
lector por los vericuetos de la vida de la época y los grandes sucesos.
Trafalgar
Se me
permitirá que antes de referir el gran suceso de que fui testigo diga algunas
palabras sobre mi infancia, explicando por qué extraña manera me llevaron los
azares de la vida a presenciar la terrible catástrofe de nuestra marina.
[…]
Yo
nací en Cádiz, y en el famoso barrio de la Viña, que no es hoy, ni menos era
entonces, academia de buenas costumbres. La memoria no me da luz alguna sobre
mi persona y mis acciones en la niñez, sino desde la edad de los seis años, y
si recuerdo esta fecha es porque la asocio a un suceso naval de que oí hablar
entonces: el combate del cabo de San Vicente en 1797.
[…] en el cuadro de las cosas
pasadas, me veo jugando en la Caleta con otros chicos de mi edad, […] Aquello
era mi vida entera […] pues en mi infantil inocencia y desconocimiento del
mundo yo tenía la creencia de que el hombre había sido criado para la mar, […]
Entre las impresiones que conservo está muy
fijo en mi memoria el placer entusiasta que me causaba la vista de los barcos cuando se fondeaban frente a Cádiz […]
Afanosos
para imitar las grandes cosas de los hombres, los chicos hacíamos también
nuestras escuadras con pequeñas naves, rudamente talladas, a las que poníamos
velas de papel o trapo, marinándolas con mucha decisión y seriedad en cualquier
charco de Puntales o la Caleta. […]
Aquélla
era época de grandes combates navales, pues había uno cada año y alguna
escaramuza cada mes. Yo me figuraba que las escuadras se batían unas contra
otras pura y simplemente porque les daba la gana o con objeto de probar su
valor, como dos guapos que se citan fuera de puertas para darse de navajazos.
[…] Oía hablar mucho de Napoleón. ¿Y cómo creen ustedes que yo me lo figuraba?
Pues nada menos que igual en todo a los contrabandistas que, procedentes del
Campo de Gibraltar, se veían en el barrio de la Viña con harta frecuencia, me
lo figuraba caballero en un potro jerezano, con su manta, polainas, sombrero de
fieltro y el correspondiente trabuco. […]
Muchas cosas
voy a contar. ¡Trafalgar, Bailén, Madrid, Zaragoza, Gerona, Arapiles!... […] Don Alonso Gutiérrez de Cisniega
pertenecía a una antigua familia del mismo Vejer. Consagráronle a la carrera
naval, y desde su juventud, siendo guardia marina, se distinguió honrosamente
en el ataque que los ingleses dirigieron contra La Habana en 1748. […] terminó su
gloriosa carrera en el desastroso encuentro del cabo de San Vicente, mandando
el navío Mejicano, uno de los que
tuvieron que rendirse. […]
Marcial
(nunca supe su apellido), llamado entre los marineros Medio-hombre, había sido contramaestre en barcos de guerra durante
cuarenta años. En la época de mi narración, la facha de este héroe era de lo
más singular que puede imaginarse. Figúrense ustedes, señores míos, un hombre
viejo, más bien alto que bajo, con una pierna de palo, el brazo izquierdo
cortado a cercén más abajo del codo, un ojo menos, la cara garabateada por
multitud de chirlos en todas direcciones y con desorden trazados por armas
enemigas de diferentes clases, con la tez morena y curtida como la de todos los
marinos viejos, con una voz ronca, hueca y perezosa, […] No puedo decir si su
aspecto hacía reír o imponía respeto: creo que ambas cosas a la vez, y según
como se le mirase.
Puede
decirse que su vida era la historia de la marina española en la última parte
del siglo pasado y principios del presente; historia en cuyas páginas las
gloriosas acciones alternan con lamentables desdichas. Marcial había navegado
en el Conde de Regla, en el San Joaquín, en el Real Carlos, en el Trinidad
y en otros heroicos y desgraciados barcos que, al perecer derrotados con honra
o destruidos por la alevosía, sumergieron con sus viejas tablas el poderío
naval de España. […]
–Señor Marcial
–dijo ésta con redoblado furor– si quiere usted ir a la escuadra a que le den
la última mano, puede embarcar cuando quiera; pero lo que es éste no irá.
–Bueno
–contestó el marinero, que se había sentado en el borde de una silla, ocupando
sólo el espacio necesario para sostenerse–: iré yo solo. El demonio me lleve si
me quedo sin echar el catalejo a la fiesta.
Después
añadió con expresión de júbilo:
–Tenemos
quince navíos, y los francesitos veinticinco barcos. Si todos fueran nuestros,
no era preciso tanto… ¡Cuarenta buques y mucho corazón embarcado! […]
Marcial,
como digo, convertía los nombres en verbos y éstos en nombres sin consultar con
la Academia. Asimismo, aplicaba el vocabulario de la navegación a todos los
actos de la vida, asimilando el navío con el hombre, en virtud de una forzada
analogía entre las partes de aquél y los miembros de éste. Por ejemplo,
hablando de la pérdida de su ojo, decía que había cerrado el portalón de estribor, y para expresar la
rotura del brazo, decía que se había quedado sin la serviola de babor. Para él, el corazón, residencia del valor y del
heroísmo, era el pañol de la pólvora,
así como el estómago, el pañol del
viscocho. […]
Marcial
imitaba con los gestos de su brazo y medio la marcha de las escuadras, la
explosión de las andanadas; con su cabeza, el balance de los barcos
combatientes; con su cuerpo, la caída de costado del buque que se va a pique;
con su mano, el subir y bajar de las banderas de señal; con un ligero silbido,
el mando del contramaestre; con los porrazos de su pie de palo contra el suelo,
el estruendo del cañón; con su lengua estropajosa, los juramentos y singulares
voces del combate; y como mi amo le secundase en esta tarea con la mayor
gravedad, quise yo también echar mi cuarto a espadas, alentado por el ejemplo y
dando natural desahogo a esa necesidad devoradora de meter ruido que domina el
temperamento de los chicos con absoluto imperio.
Sin
poderme contener, viendo el entusiasmo de los dos marinos, comencé a dar
vueltas por la habitación, pues la confianza con que por mi amo era tratado me
autorizaba a ello; remedé con la cabeza y los brazos la disposición de una nave
que ciñe el viento, y al mismo tiempo profería, ahuecando la voz, los
retumbantes monosílabos que más se parecen al ruido de un cañonazo, tales como
¡bum, bum, bum!... […]
–¡También tú!
–gritó vapuleándome sin compasión–. Ya ves –añadió mirando a su marido con
centelleantes ojos–: tú le enseñas a que pierda el respeto… ¿Te has creído que
estás todavía en la Caleta, pedazo de zascandil? […] En la cocina eché el
ancla, lloroso, considerando cuán mal había concluido mi combate naval. […]
–Vengo a
despedirme –dijo Malespina. […]
–¿Pues qué pasa?
¿Adónde va usted, señor don Rafael? –le preguntó mi ama. […] –Como la escuadra
carece de personal –añadió–, han dado orden para que nos embarquemos con objeto
de hacer allí el servicio. Se cree que el combate es inevitable, y la mayor
parte de los navíos tienen falta de artilleros. […]
–Lo
indudable –prosiguió Malespina– es que la escuadra inglesa anda cerca y con
intento de bloquear a Cádiz. Los marinos españoles opinan que nuestra escuadra
no debe salir de la bahía, donde hay probabilidades de que venza. Mas el
francés parece que se obstina en salir.
–Veremos
–dijo mi amo–. De todos modos, el combate será glorioso. […]
Recorrí
luego la muralla y conté todos los barcos fondeados a la vista. Hablé con
cuantos marineros hallé al paso, diciéndoles que yo también iba a la escuadra,
y preguntándoles con tono muy enfático si había recalado la escuadra de Nelson.
Después les dije que Monsieur Corneta
era un cobarde y que la próxima función sería buena. […]
Octubre
era el mes, y 18 el día. De esta fecha no me queda duda, porque al día
siguiente salió la escuadra. Nos levantamos muy temprano y fuimos al muelle,
donde esperaba un bote que nos condujo a bordo.
Figúrense
ustedes cuál sería mi estupor, ¡qué digo estupor!, mi entusiasmo, mi
enajenación, cuando me vi cerca del Santísima
Trinidad, el mayor barco del mundo, aquel alcázar de madera que, visto de
lejos, se representaba en mi imaginación como una fábrica portentosa,
sobrenatural, único monstruo digno de la majestad de los mares. […]
Los
presentes no pueden hacerse cargo de aquellos magníficos barcos, ni menos del Santísima Trinidad, por las malas
estampas en que los han visto representados. Tampoco se parecen nada a los
buques guerreros de hoy, […] los barcos de hoy son simples máquinas de guerra,
mientras los de aquel tiempo eran el guerrero mismo, armado de todas armas de
ataque y defensa, pero confiando principalmente en su destreza y valor. […]
En
la cámara, mi amo hablaba acaloradamente con el comandante del buque, don
Francisco Javier de Uriarte, y con el jefe de escuadra, don Baltasar Hidalgo de
Cisneros. Según lo poco que oí, no me quedó duda de que el general francés
había dado orden de salida para la mañana siguiente. […]
Todas
las conferencias terminaban en un solo punto: el próximo combate. La escuadra
debía salir al día siguiente. ¡Qué placer! Navegar en aquel gigantesco barco,
el mayor del mundo; presenciar una batalla en medio de los mares; ver cómo era
la batalla, cómo se disparaban los cañones, cómo se apresaban los buques
enemigos…, ¡qué hermosa fiesta! Y luego volver a Cádiz cubiertos de gloria[…]
Amaneció el
19, que fue para mí felicísimo, y no había aún amanecido, cuando yo estaba en
el alcázar de popa con mi amo, que quiso presenciar la maniobra. […]
Pequeñas
olas acariciaban sus costados, y la mole majestuosa comenzó a deslizarse por la
bahía sin dar la menor cabezada, sin ningún vaivén de costado, con marcha grave
y solemne, que sólo podía apreciarse comparativamente observando la traslación
imaginaria de los buques mercantes anclados y del paisaje.
Al mismo
tiempo se dirigía la vista en derredor, y ¡qué espectáculo, Dios mío! Treinta y
dos navíos, cinco fragatas y dos bergantines, entre españoles y franceses,
colocados delante, detrás y a nuestro costado, se cubrían de velas y marchaban
también impelidos por el escaso viento.[…]
Cádiz, en
tanto, como un panorama giratorio, se escorzaba a nuestra vista, presentándonos
sucesivamente las distintas facetas de su vasto circuito. El sol, encendiendo
los vidrios de sus mil miradores, salpicaba la ciudad con polvos de oro, y su
blanca mole se destacaba tan limpia y pura sobre las aguas, que parecía haber
sido creada en aquel momento o sacada del mar como la fantástica ciudad de San
Jenaro. Vi el desarrollo de la muralla desde el muelle hasta el castillo de
Santa Catalina; reconocí el baluarte del Bonete, el baluarte del Orejón, la
Caleta, y me llené de orgullo considerando de dónde había salido y dónde
estaba. […] Marcial, durante la salida, iba haciendo comentarios sobre cada
buque[…] Rodeado de dos colegas y admiradores, les explicaba el plan de
Villeneuve del modo siguiente:
–Monsieur
Corneta ha dividido la escuadra en cuatro cuerpos. […] Ya les he dicho que Monsieur Corneta no sabe lo que tiene
entre manos y que no le caben cincuenta barcos en la cabeza. Cuidado con un
almirante que llama a sus capitanes el día antes de una batalla y les dice que
haga cada uno lo que le diere la gana… Pos
pa eso… (grandes muestras de asentimiento.) En fin, allá veremos… Pero
vengan acá ustedes y díganme: si nosotros los españoles queremos defondar a
unos cuantos barcos ingleses, ¿no nos bastamos y nos sobramos para ello? ¿Pues
a cuenta qué hemos de juntarnos con
franceses que no nos dejan hacer lo que nos sale
de dentro, sino que hemos de ir al remolque de sus señorías? Siempre di cuando fuimos con ellos, siempre di cuando salimos destaponandos… En fin…, Dios y la
Virgen del Carmen vayan con nosotros y nos libren de amigos franceses por
siempre jamás amén. (Grandes aplausos.) […]
De repente
nuestro comandante dio una orden terrible. […]
Al ver la
maniobra de nuestro buque, pude observar que gran parte de la tripulación no
tenía toda aquella desenvoltura propia de los marineros familiarizados, como
Marcial, con la guerra y con la tempestad. Entre los soldados vi algunos que
sentían el malestar del mareo y se agarraban a los obenques para no caer.
Verdad es que había gente muy decidida, especialmente en la clase de
voluntarios; pero por lo común todos eran de leva, obedecían las órdenes como
de mala gana, y estoy seguro de que no tenían ni el más leve sentimiento de
patriotismo. no les hizo dignos del combate más que el combate mismo, como
advertí después. […]
En el
semblante de mi amo, en la sublime cólera de Uriarte, en los juramentos de los
marineros amigos de Marcial, conocí que estábamos perdidos, y la idea de la
derrota angustió mi alma. La línea de la escuadra combinada se hallaba rota por
varios puntos, […] Estábamos envueltos por el enemigo, cuya artillería lanzaba
una espantosa lluvia de balas y de metralla sobre nuestro navío, lo mismo que
sobre el Bucentauro. […]
El fuego cesó
y los ingleses penetraron en el barco vencido. […]
Por lo que oí,
pude comprender que a bordo de cada navío había ocurrido una tragedia tan espantosa
como la que yo mismo había presenciado, y dije para mí: «¡Cuánto desastre, Santo Dios, causado
por las torpezas de un solo hombre!» Y aunque yo era entonces un chiquillo,
recuerdo que pensé lo siguiente: «Un hombre tonto no es capaz de hacer en
ningún momento de su vida los disparates que hacen a veces las naciones,
dirigidas por centenares de hombres de talento. » […]
B. Pérez Galdós
"Trafalgar"
12 del Doce
nº 1
Las crónicas de la Pepa
Capítulo 1
"La batalla de Trafalgar"
Ver capítulo: http://www.canalsuralacarta.es/television/video/la-batalla-de-trafalgar/17918/235
Cádiz en la gran regata del Doce
Cádiz en la gran regata del Doce
Los grandes veleros del mundo harán parada en Cádiz, en un año de celebración por el Bicentenario de la Constitución de 1812.
El buque-escuela ´Juan Sebastián El Cano´ llegará a Cádiz el 26 de julio para participar en dicha regata y recibir a los veleros invitados. Entre los buques escuela que echarán el ancla esos días en el puerto de Cádiz están: Argentina con el buque-escuela ‘Libertad’, Colombia con el ‘Gloria’, Ecuador y el ‘Guayas’, Venezuela con el buque ‘Simón Bolívar’, México y el ‘Cuauhtemoc’, Chile con el ‘Esmeralda’, Brasil y el ‘Cisne Branco’, Uruguay con el ‘Capitán Miranda’ y el buque ‘Sagres’ de Portugal.
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