domingo, 5 de diciembre de 2010

LAS CASAS DE CÁDIZ, por Mariano Retegui

Plaza de Mina a vista de pájaro en 1969. http://memoriadecadiz.es/tag/plaza-de-mina/

            La ciudad [de Cádiz] alcanzó su total extensión actual durante el siglo XVIII. A mediados del mismo, concretamente en el año 1746, sucedió algo que ha dado singular fisonomía a las casas de Cádiz, cual es su regular altura, fijada en 17 varas [unos 13,5 metros]. La ciudad cuya estructura urbana iba creciendo y estaba dando a sus edificios “cinco altos” –una expresión de la época−, adoptó impedirlo y limitarlo como se ha dicho.
            Dos capitulares llamados Francisco Lebrun Chacón y Diego Chacón, observando el hecho que hemos aludido, lo estimaron nocivo para la salud ciudadana y a la comodidad de los vecinos inmediatos a esas casas. Se quería que el Sol llegase a todas ellas y con la rectitud de las calles que los vientos, circulando más libremente, purificasen el espacio vital de las mismas.
            Esta herencia del pasado hace que el panorama urbano aparezca de primera impresión como sobrio, práctico y sencillo, con la belleza original y extraordinaria de más de doscientas torres que hacen mirar inevitablemente al cielo azul, que las remata.
            Es curioso conocer el estilo de vida gaditano a través de sus casas y definen el espíritu de sus habitantes, distinto en la misma época, en Cádiz, El Puerto de Santa María o en Jerez de la Frontera.
            Las casas gaditanas, dentro de la altura a la que nos hemos referido, disponen de un entresuelo dedicado a los numerosos escritorios de su vida mercantil; un piso principal donde tiene la vivienda el señor de ella y el piso superior restante, destinado a la dependencia y a los criados. La entrada de la Casa da de inmediato a un alegre patio, con columnas muchos de ellos y el artístico brocal de mármol, como el enlosado y la escalera bastante digna y adecuada.
            Las casas jerezanas si tienen entresuelo, éste no estaba reservado para oficinas o escritorios como las gaditanas, sino para habitaciones del servicio, pues no hay que olvidar que sus poseedores, aunque por lo regular eran grandes mercaderes a Indias, ocultaban en parte esta profesión lucrativa, para aparecer como miembros de linajudas familias.
            Las casas portuenses son un compromiso entre las de Cádiz y Jerez, con ciertas reminiscencias leves o acusadas de Génova y las Indias y por ello sus portadas salvan el piso intermedio que separa la puerta de entrada del balcón principal.
            (…)
            Recibir en sus casas es un rasgo distintivo de una perfecta convivencia social y aquí siempre ha habido una fuerte costumbre en este sentido. Pero como indiqué en repetidas ocasiones a D. Adolfo [de Castro], en Cádiz es dificilísimo dar una dirección que sea fácil para llegar a la casa del que invita. Don Adolfo solucionó este asunto desde el punto de vista social y también y al mismo tiempo el desorden en el nombre de las calles.
            Cuando llegué a Cádiz mi casa tenía el número 159 y ahora tiene el 17 de la calle Verónica. Ello era debido a que la división de los barrios como otros extremos sociales giraban en torno al prestigio o dominio que ejercía un Regidor que daba su nombre al barrio o cuartel y que comprendía numerosas calles. De esta suerte, en mi calle Verónica, que pueden integrarla 30 casas, tenía el número dado de 159. Desapareció ese estilo de vida a raíz de las Cortes, era necesario desterrar esas secuelas del pasado y cada casa tuviese, digamos, su propia personalidad y el número que realmente le correspondiese en la calle. Desde 1852 tenía el Ayuntamiento adquiridas las losetas para la numeración de las casas y nomenclatura de las calles, pero no se llevó a cabo hasta 1855, concretamente el 17 de abril de este año.
            Mi elogio de las casas gaditanas no siempre ha tenido igual valor. Así durante algún tiempo estimaba que el arte de los herrajes brillaba por su ausencia y casas dignamente construidas en todos sus aspectos fallaban en esto. Su explicación es que durante el asedio francés para cortar el paso de las tropas por la playa, los gaditanos arrancaron el herraje de sus casas para formar con ellos una barrera improvisada, a la caballería atacante. Según datos oficiales de ello, los herrajes correspondieron 268 a los balcones, 803 a las ventanas y 111 a las barandas y un número indeterminado de anclas, que en conjunto importarían dos millones de reales, pero artísticamente mucho más.
            Otro extremo, también a consecuencia de la guerra, fue la orden dada por el arquitecto mayor de la ciudad, Pedro Ángel de Albisu, de retirar los jarrones que eran un ornato muy singular, para evitar mayores daños a la población, pues caían sobre ella en los bombardeos.
            (…) las Ordenanzas municipales limitaban el vuelo de los balcones con objeto de no restar la influencia del sol, prohibían los cierros de cristales que presentasen salientes mayores del balcón permitido y finalmente suspendieron la construcción de torres a no ser de madera que no favorecen nada.
            En resumen las casas gaditanas son cómodas, amplias, construidas en general en dura piedra, pero con un reducido número en su exterior de casas señoriales. Mucho más reducido que en Jerez o en el Puerto de Santa María y la razón era la temporada que presidía la vida de casi todos los grandes comerciantes de Cádiz. En ocasiones y con amigos aficionados he seguido los escudos nobiliarios en las casas de Cádiz y la conclusión es que dentro de su reducido número están preferentemente en torno a la Catedral Vieja o en Capillas bien de la Catedral o del Convento de Santa María. Los más llamativos son el de Casa Enrile, en la Plaza de San Martín, el del Conde de Marquina en la Plaza de la Catedral Vieja; dos en la Capilla de los Vizcaínos; dos en la Capilla de Santa María; uno en casa de la calle Montañés y Columela y siendo el más llamativo de todos ellos, el de Cambiazo por representar únicamente a un león que transporta verticalmente una escalera, y posiblemente alguno más que no recuerdo. Esto será siempre de especializados.
            Por último una síntesis muy expresiva de las casas gaditanas. En Cádiz conviven dos tipos de población en ellas, la una la comercial e industrial y la otra la puramente doméstica. La primera habita los bajos de las casas y la segunda la parte superior de ellas y así hasta cierta hora de la noche, están casi todas las calles tan iluminadas como una gran feria, pudiendo decirse que la parte de las calles donde está el principal comercio, es casi un mercado corrido.

Mariano de Retegui Bensusan, El Cádiz desconocido de la mitad del siglo XIX. 1840-1860.
Historia y novela, Cádiz, Ed. del autor, Impr. Jiménez-Mena, 1986.
Cap. V, “Las casas, un estilo de vida”, págs..25-27.
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Es una colaboración de Gema Alba Jover

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