jueves, 2 de diciembre de 2010

A CÁDIZ, por Pilar Paz Pasamar


A CÁDIZ

No llores, ciudad mía, el ave acurrucada
definitivamente sobre tu vieja mano,
ni repase tu sueño, augusta soñadora,
nácares, ni tabacos, ni cáñamos, ni sedas.
Olvida las memorias con párpados serenos,
los imposibles besos del mar, tus esponsales
fallidos y levanta airosa tu vejez,
amada milenaria, Cádiz mío.
De palmeras, de trinos, de dragos, de dormidos
recintos estás hecha. Fuentes indescriptibles.
Alamedas, albahacas, alhóndigas, acequias,
arrayanes —sabores de aquella noche arábiga—
y restos de Bizancio, y estandartes, y muros
y caletas, y mármoles, y dunas y parterres,
la violencia del viento, y la rosa salobre
y un campo que el sur grita con voz de hombres,
la catedral en ruina, su bostezante bóveda,
los sesteantes ojos cilíndricos, cegados,
cúpulas de azulejos por donde el sol desliza
sus dedos de pianista, luz que no se renueva,
calles que son pasillos, pasillos que están hechos
con sabor a jardín, noches en las que alienta
el mar sobre la adelfa, lunas sobre las plazas,
barrios con tenderetes, templos de c1arooscuro,
ágoras y terrazas para la voz y el gesto,
terrazas y azoteas hechas para el amor,
siestas inevitables como el tango y el agua,
museos y deidades, ánforas y retablos,
y mujeres y hombres que hoy levantan sus voces
y esperan de las dársenas, del mar y de los diques
un profundo clamor de hierro y de trabajo.
No es cierto que agonicen. Se acercan por el mar.
El mar, el homogéneo, el sempiterno,
pascual, salobre roce, soledad impregnada,
mi amor,
cría de israelita frotada por las sales,
mi bautismo de agua cuando aún no sabía
del mar, Cádiz, mi amor.
Mi alegría, mi llanto primero, el de mis hijos
que crecen a tu lado.
A veces, reclinado mi oído en tus arenas
oigo latir el pecho total del universo, latido de sí mismo,
y dentro tú, mi amor.
La tierra te rechaza como el hombre rechaza
la luz en sus tinieblas.
Vuelves contigo mismo, como el perro que lame
su propia soledad, oh tú, mi mar, mi amor.
Mar de Cádiz, mar nuestro, tu ciudad doblegada
a los vientos, en mudo «ecce áncila dómine»,
departiendo entre mares su ternura, tal hace
la madre con dos hijos a un tiempo atareada.
Cádiz, ciudad, oh madre, mi vieja nacarada,
revístete de púrpura, airea tus monedas
de estrellas, cruza ahora las puertas colosales.
No llores por tus aves. Están vivas. Presentes.
Te capto hasta lo más profundo de tu nombre,
Cádiz. Mi mar. Mi amor.

                                                                           ________________________________

                                                                        Pilar Paz Pasamar, La Torre de Babel y otros asuntos, Cádiz, Colección Torre Tavira, 1982.
Fotografía de Cádiz, http://www.viajarok.com/cadiz.html

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