miércoles, 8 de diciembre de 2010

4. El taller del mito: la sangre de Gerión y los hijos del drago


Drago en el patio de la Escuela de Artes y Oficios, en el callejón del Tinte (Cádiz)



         Fueron los hijos de los “Pueblos del Mar” (Tiro, Sidón, Biblos, Trípoli…), que a sí mismos se denominaban cananeos y procedían de ciudades-estado localizadas en lo que hoy es la costa de Líbano,  los que, a través de sus navegaciones comerciales, pusieron en contacto a las distintas civilizaciones del Mediterráneo: las del área levantina (Asiria, Persia, Israel), las del mar Egeo, las del norte de África (Egipto y todo lo demás, que los romanos designarían como Libia), hasta llegar al extremo occidental lindante con el océano Atlántico. También fueron ellos los que fundaron Gadir.

         Los colonizadores suelen inventar historias para convertir sus conquistas en designios divinos. En el caso de los fenicios, su héroe fundador era Melkart (milk: señor, qart: ciudad), divinidad solar que los griegos asimilaron a su semidiós Heracles (el Hércules romano). Así entró la fundación de Cádiz en la órbita de los trabajos que hubo de cumplir el héroe como penitencia por haber matado a sus hijos en un arrebato de locura. En concreto, el décimo trabajo es el que le trae por estas tierras: tenía que robar los bueyes de Gerión, un gigante con tres cuerpos (en correspondencia quizá con tres brazos del río Tartesos, luego Guadalquivir). Gerión, rey de los tartesios y nieto de la Gorgona Medusa, pertenecía a una típica familia de monstruos finisterráqueos. Heracles lo mató con una flecha envenenada que atravesó sus tres corazones y de su sangre se dice que manó un árbol sagrado.

         Al viajero le seduce encontrar vestigios del milagro: en el autobús turístico que circunvala Cádiz escuché que el árbol sagrado nacido de la sangre de Gerión es el ficus “milenario” que se puede ver frente al antiguo hospital de Mora, hoy Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. Los árboles del Mora –dos ficus macrophylla, que no uno− son impresionantes pero sólo centenarios: los plantaron cuando se construyó el edificio, antes de 1903, con las semillas que trajeron dos misioneras (es árbol originario de Australia). El curioso puede adquirir en Raimundo antiguas postales donde seguir su crecimiento desde que eran arbolitos hasta su gigantesco porte actual. Antes de los ficus la leyenda solía identificar al árbol mágico con el drago de Canarias o Dracaena draco, cuya savia, en contacto con el aire, se vuelve roja y tiene propiedades astringentes. El primer recipiendario de esta historia fue el drago que había en el patio de la Facultad de Medicina, espécimen que fue donado a Pedro Virgili, cirujano y fundador del jardín botánico, en el siglo XVIII. Este árbol, ya enfermo, fue abatido en una tormenta y sustituido en 1996 por el que ahora se puede ver. El siguiente candidato a drago geriónida es el que está en el patio de la Escuela de Artes y Oficios, en el Callejón del Tinte, al que se le calculan unos 300 años.

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