sábado, 25 de diciembre de 2010

AROMAS GADITANOS DE FLORES Y PESCAÍTO, por Javier Vela


Casa de las cinco torres, Plaza de España (Cádiz)

   En Cádiz nada está demasiado lejos. Siguiendo el trazado de la costa, proponemos un breve pero intenso periplo por la Ciudad más antigua de Occidente, con el mar como única brújula.


   Quizá por su carácter insular, Cádiz se presta a los largos paseos. Tres mil años de historia concentrados en una superficie de apenas diez kilómetros cuadrados hacen de esta ciudad un museo viviente. Sus murallas nos hablan de invasiones, asedios y combates, y sus edificios de humilde piedra ostionera conservan el discreto encanto de lo popular. Así pues, levemos anclas, icemos las velas y, con los ojos bien abiertos, emprendamos nuestro viaje.

La luz atlántica         La visita comienza frente a las Puertas de Tierra, vigoroso reducto de la muralla que fortificaba la urbe durante el siglo XVIII, y que da acceso hoy día a su casco histórico-monumental. A nuestra espalda, se extiende la avenida de Andalucía, cuya prolongación, bajo nombres diversos, vertebra toda la zona moderna de la ciudad, ganada al agua. La cercanía de la playa de Santa María del Mar nos ofrece una buena toma de contacto con el clima atlántico. Un paseo azaroso por la orilla, seguido de un nutritivo desayuno en la cafetería Miami (avenida de Andalucía, 9), es la mejor manera de empezar el día.

Campo del Sur         Nos adentramos en el casco antiguo a través de las Puertas de Tierra, descendiendo la cuesta del Campo del Sur, cuya semejanza con el Malecón de La Habana es ya imperecedera gracias a la voz de Carlos Cano. Varias construcciones significativas nos salen al paso. Primero, la antigua Cárcel Real, de estilo neoclásico; es ésta una de las paradas más emotivas en el itinerario de diversas cofradías de Semana Santa, en la que es posible asistir a las plegarias y saetas de los vecinos del barrio de Santa María, de larga tradición flamenca. Poco más adelante, el Teatro Romano, del siglo I antes de Cristo, y, en seguida, el latigazo estético de la catedral de Santa Cruz, deudora de dos estilos diferenciados, barroco y neoclásico.

Entre castillos         Sin perder de vista la fachada atlántica, un breve desvío hacia el barrio de la Viña, cuna y sostén del carnaval gaditano, nos devuelve en seguida a la concurrida playa de La Caleta, con su orilla constelada de barcas, que tanta literatura culta y popular ha suscitado. Sobre su misma arena, descansa el balneario de La Palma, de inspiración modernista. Lo custodian los castillos de San Sebastián, construido sobre un pequeño islote en el que se alza el faro de la ciudad, y el de Santa Catalina, de los siglos XVIII y XVI, respectivamente. Y del olor a sal al aromado albero del parque Genovés, pequeño jardín botánico de estilo inglés donde los niños, para usar la expresión de Juan Rulfo, llenan con sus gritos la tarde. Merece la pena, dada su proximidad, ir al encuentro del Gran Teatro Falla (plaza de la Fragela, s/n), rareza arquitectónica de estilo neomudéjar popularmente conocida como “la casa de los ladrillos coloraos”. Para saciar la sed y abrir el apetito, una cerveza bien fría frente al mar, sentados en la terraza de La Canela (Marqués de Comillas, s/n), junto al Baluarte de la Candelaria.

La ruta del tapeo


         Es hora de comer. Hay numerosos bares en el centro donde podremos tapear por poco dinero, como el Gotinga (plaza del Mentidero, 15), consagrado a la cocina alemana; El 10 de Veedor (Veedor, 10), con un amplio surtido de tortillas y chacinas ibéricas, o La Nueva del Puerto (Calderón de la Barca, 1) donde degustaremos un excelente pescado frito. Para quien prefiera comer sentado a la mesa, recomendamos dos establecimientos especializados en comida local: La Perola (Cánovas del Castillo, 34), más íntimo y recogido, con sus famosos guisos caseros y unos sorprendentes garbanzos con langostinos como plato estrella, y el restaurante San Antonio (plaza de San Antonio, 9), donde sirven unas exquisitas tortillitas de camarones y un no menos suculento cazón en adobo.

¡Viva la Pepa!


         De vuelta al mar, nos demoramos en uno de los rincones con más encanto de la ciudad, la arbolada Alameda de Apodaca, cuyo paseo discurre entre floridas pérgolas, suelos ajedrezados y bancos de cerámica vidriada, antes de desviarnos por la calle de Zorrilla hacia el Museo de Bellas Artes (plaza de laMina, s/n). Entre sus piezas más señaladas, lienzos de Rubens, Zurbarán o Miró, y dos valiosos sarcófagos fenicios. Luego, el semibaluarte de San Carlos nos conduce hasta los jardines de la Plaza de España, donde se eleva el connotado Monumento a la Constitución de 1812, cuyo próximo bicentenario ha acelerado la puesta en marcha de diversas reformas estructurales en todo el trazado urbano.

Las torres miradores
         Dejando a un lado el Puerto, enfilamos la calle de Columela, arteria comercial de la ciudad, para contemplar los tres lienzos de Francisco de Goya que alberga el recoleto Oratorio de la Santa Cueva (Rosario, 10), de finales del siglo XVIII. En el número 35 de la misma calle, el bohemio Café de Levante nos invita a hacer un alto antes de dirigirnos a la populosa plaza de las Flores, con sus tradicionales churrerías y freidurías de pescado. Muy cerca de allí, se esconde la torre Tavira (Marqués del Real Tesoro, 10), atalaya barroca desde cuyo mirador se goza de una de las mejores vistas sobre la ciudad.





Adiós, pequeña, adiós
         El barrio del Pópulo es una de las zonas más activas de la capital gaditana. Cafés, tascas y bares hacen de este barrio atávicamente depauperado una de las mayores apuestas locales por el ocio de calidad. Para cenar, no se pierdan el pollo andalusí de La Favorita (Mesón, 8). Y, para tomar una copa, dos recomendaciones: el acogedor Archivo de Indias (San Antonio Abad, 8), de ambientación colonial, y el Café Teatro Pay-Pay (Silencio, 1), donde podremos apurar la noche mientras disfrutamos de un buen espectáculo.

____________________________________________Javier Vela, “Aromas gaditanos de flores y pescaíto”, El País, El Viajero, 28 de marzo de 2009

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