sábado, 16 de abril de 2011

LOS DELFINES SALTABAN ENCIMA DE LA MUERTE, por Antonio Colinas


Avistamiento de ballenas y delfines en Tarifa, Cádiz


IV

Allá entre los cipreses, sobre el lomo del mar,
veíamos saltar los felices delfines:
divinidad fulgiendo sobre un agua de plata.
Se había quedado quieto el tiempo en esta orilla
desde aquella mañana melodiosa del mundo.
Descendía del cielo un dulcísimo fuego
que envolvía los montes y que hacía brillar
las miradas eternas, los cuerpos fatigados.
Saltaban los delfines sobre el mar y eran signos
de los dioses sus cuerpos que le hablaban al alma.
De las rocas llegaba un agrio aroma de algas,
presencia de lo negro, esencia de la hondura.
Suavísimamente crepitaba el pinar
tras nosotros, pasaba al oído su música
de vibraciones leves, de apagados murmullos.
El aire penetraba hasta la misma médula
de los huesos y hacía arder muy lentamente,
en el centro del pecho, una hoguera de música.
Y, como los delfines, saltaban de la mente
nuestros mejores sueños del amor de otros días
en países lejanos, ceniza de las brasas.
Saltaban los delfines, pero nos fuimos sin
desvelar el mensaje de sus cuerpos de luz.
Leíamos la luz y, al leerla, gozábamos
de suma perfección, sin que se revelase
el secreto inmortal, divino, de la hora.
Seguimos el camino por los montes en llamas.
Los delfines saltaban encima de la muerte.

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Antonio Colinas, canto IV, Noche más allá de la noche (1985), recogido en En la luz respirada, Ed. de José Enrique Martínez Fernández, Madrid, Cátedra, 2004, pág. 197.

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