sábado, 5 de marzo de 2011

LAS "PUELLAE GADITANAE" EN EL ORIGEN DEL BAILE, por Fernando Quiñones



La bailaora gaditana Sara Baras. Foto Gustaff Room

PUELLAE GADITANAE: ORIGEN DEL RITMO EN EL FOLKLORE ESPAÑOL

ANTECEDENTES TARTÉSICOS

            Opacos datos y conjeturas nos hablan de las danzarinas del Cádiz precristiano, anteriores a las célebres e históricas del Cádiz romano. Según esas sugerencias, también las gaditanas más antiguas mostraban gran habilidad para la danza. Pese a la escasez histórica de pruebas, tales informes no resultan desdeñables, sobre todo a la luz de los hechos siguientes y por los que, de siempre, cabe atribuirle a la ciudad una tradición de baile. "Las faldas de volantes y las castañuelas de las actuales bailaoras −anota Bonilla− evocan, sin saberlo ellas, los giros airosos de las danzarinas tartesias, sus antecesoras de hace cuatro mil años...". [...]

SOBRE CANCIONES, MUJERES Y COMENTARIOS

            Hemos escrito "música genuinamente gaditana". Pero ¿podemos en rigor llamar así a las cantica gaditanae, tan citadas por los escritores latinos de los siglos anterior y posterior a Cristo? Vamos con cuidado. Una tesis aceptable del gran musicólogo Adolfo Salazar asienta que las "cantica" eran melodías comunes a todos los pueblos mediterráneos de su tiempo, sin un verdadero carácter diferencial y local: no específicamente gaditanas, por tanto. Atendiendo a esta teoría de Salazar, debemos, pues, entender que las "cantica" no tiene por qué ser de Cádiz. Y he aquí que entran ahora en juego dos razonamientos, más aceptables aún de don Ramón Menéndez Pidal y de Ricardo Molina: ¿a qué, entonces, el pregonado y repetidísimo adjetivo de "gaditanae"? ¿Por qué Juvenal, Marcial, Petronio, Plinio, Estacio, no hablaron nunca −nos arguyó inteligentemente Menéndez Pidal− de las "cantica hispalensis" de Sevilla, o de las "puellae tarraconenses", de Tarragona?
            A este segundo cabo del problema, no al de las canciones, sino al de sus intérpretes, se atiene, en parte, otra de las objeciones a la teoría de Salazar: la de Ricardo Molina. Sostiene muy lógicamente el poeta y flamencólogo cordobés que la precisión gaditanae, de Cádiz, tiene por fuerza que decirnos algo, y algo muy concreto, cuando se refiere a los cantos, y ni que decir tiene cuando es aplicada a las chicas. En el caso de las canciones, aun admitiendo, con las naturales reservas, la idea salazariana, o incluso dándola por perfecta, la concreción de Cádiz ha de significar: o bien que la gaditana gente expresaba de forma espléndida, superior, aquellas melodías comunes a toda la latinidad, o bien que de esas melodías generales supo extraer variaciones, ritmos y acentos propios, inimitables tal vez, capaces de sellarlas como género verdaderamente gaditano.
            Esta doble versión de Molina, que nos fue comunicada de palabra por su autor en la I Semana de Estudios Flamencos, en 1963 y en Málaga, resulta la más probable y concuerda con las que, si bien de manera germinal e inconcreta, sustentábamos nosotros mucho antes de conocerla. Unos versos de Marcial parecen, además, confirmarla: "Un hombre refinado es el que se cuida los rizos con arte, huele a bálsamo y a cinamomo, canturrea melodías de Egipto o de Cádiz"....
           
            Cantica qui Nili, qui Gaditana susurrat.

            Otra vez, pues, las canciones de Cádiz, y en el distraído tatareo de un petimetre al último grito... ¿Cómo explicar tan gráfico dato si no es por la familiaridad que entre todas las clases sociales de Roma adquirió la peculiaridad de unas melodías tan localizadas como puedan serlo para una persona de nuestros días la rumba o el tango? "Nada sabemos −escribe el especialista Arcadio de Larrea Palacín− de cómo fueron esos cantos y bailes; lo que sí aparece es que fueron extraños a la cultura romana, por gaditanos y andaluces".

            Illic cymbala tinnulaeque Gades,

            Es decir, "allí los címbalos y la sonora Cádiz", escribió no menos sonoramente P. Papino Estacio, y Marcial el aragonés:

            Gaudent iocosae Canio suo Gades,

            "La alegre Cádiz con su Canio goza"...

            −Hay −nos dijo Menéndez Pidal− caracteres de expresión racial perdurables desde tres milenios, y uno de ellos es ese sentido rítmico del pueblo andaluz, el de las "puellae gaditanae".
            Análogo punto de vista es compartido por García Matos, por Larrea, por Anglés...

RITMO Y COMPÁS. UNA "JUERGA" EN ROMA

            Pero hemos dejado ir de la pluma la palabra "rítmico". Palabra que, de golpe, nos atrae y nos hace señas. Palabra, por tanto, en la que tendremos que detenernos, pues es justamente el ritmo quien, en materia de folklore gaditano, cose el remoto ayer el fresco hoy. En efecto, éste de los accidentes rítmicos y el manejo de los crótalos son dos elementos tan antiguos como contemporáneos de la música popular gaditana y andaluza.
            Por lo que se refiere a los crótalos, nos ha advertido una autorizada voz, no conviene confundirlos con las castañuelas; aquéllos −crusmata, en latín− son de bronce, no de madera, con sonido equidistante del de las castañuelas y del de otros pequeños platillos también de bronce −muy probablemente los cymbala aludidos por Estacio− iguales o muy similares a los raros y actuales chinchines que hemos podido oír en tierras de Málaga, Sevilla y Cádiz. Una interesante observación de Francis Carter acerca de las castañuelas dice literalmente: "Este pequeño instrumento no les fue desconocido a los romanos, que lo tomaron de los españoles", y añade, como ya sabíamos, que nuestros bailes estaban muy en boga en tiempos del Imperio.
            Tanto el refinado uso que de estos instrumentos hacían las bailarinas gaditano-romanas como detalles muy concretos de los testimonios latinos nos permiten entrever en aquellos bailes el sincopado ritmo, ya de procedencia muy probablemente oriental, con que las "puellae" gaditanas adobaban sus danzas y enloquecían a sus decadentes pero dispuestísimos admiradores. Pues bien: ese sincopado ritmo es el que caracteriza en grado sumo a los actuales cantes y bailes de Cádiz. Si en ellos falta el compás, es decir, el ritmo, todo está perdido. [...]
            Asimismo, las expresivas interrupciones, los sobresaltos, los bruscos, inesperados y excitantes cortes de los géneros flamencos de Cádiz consumen, por decirlo cervantinamente, las tres partes de su hacienda; sin ellos no hay tal estilo de Cádiz. Vemos, pues, que ese básico elemento determinante, el de la rigurosa disciplina de un ritmo sujeto a frecuentes parones, síncopas y caídas, parece patrimonio común de las "puellae" y de nuestros contemporáneos Aurelio Sellé, "El Chino”, Juan Farina o Manuel Vargas. Vemos también la crecidísima posibilidad de que en las danzas gaditano-romanas se manejasen ya los braceos, contoneos y ondulaciones que a diario contemplamos en los bailes flamencos para mujer.

            He aquí tres versos de Junio Juvenal sumamente evocadores de una singular, orgiástica velada, al compás "festero" de las palmas y el baile:

            Forsitan expectes, ut Gaditana canoro
            Incipiat prurire choro, plausuque probatae
            Ad terram tremula descendant clune puellae,

            Que el malagueño Rafael León, tomándolos de la edición de Pacoucke (París, 1839), traduce: "Seguramente esperas que, en jaleando el corro, comiencen las de Cádiz a calentarse, caigan moviendo el culo a tierra, entre palmas, las guapas mujeres".

            "Las gaditano-romanas solían danzar en el centro de un corro formado por los espectadores, los cuales llevaban con palmas el ritmo de los crótalos y las evoluciones de la danza". Y ahonda Bonilla sólida y bellamente: "Sólo en Creta y en Cádiz, la danzarina adoptó esa actitud de suficiencia cuando levantaba los brazos al erguir la cabeza en una pausa de las evoluciones, como si lograse dar en esos breves instantes la expresión contenida del dinamismo universal del Cosmos. Misticismo erótico, que la bailarina "narra" en su pantomima y expresa el dúo Amor-Muerte con toda su emoción... Dinamismo e indolencia, amor y odio, vida y muerte, barajados en una dialéctica sensorial que traduce a los espectadores lo que ella ve, siente y presiente...". ¿No parece estar hablando de una bailaora de hoy?

            Pero en este punto, y no sin cierto sentimiento por nuestra parte, termina el apartado de las gratas afinidades y asoman los distanciamientos de bulto. ¿Cómo no iban a asomar?

ARTE SEXUAL Y FASCINACIÓN HISTÓRICA

            [...]

            En la esplendorosa crónica de las bailarinas gaditano-romanas, el baile también parece muchas veces ser lo de menos. Precedida o decorada, de pasos, ritmos, contorsiones y repiques, la tarea esencial de las bailarinas −todo nos lo hace sospechar así− consistía en excitar hasta el delirio los sentidos de sus contempladores, y C. Plinio refiere que un conocido suyo, llamado Claro, dejaba plantada su comida para correr detrás de una bailarina gaditana... Cierto que en aquellos pasos, ritmos y habilidades debió existir una enorme porción de lo que hoy entendemos por "arte" y que, también hoy, los encantos femeninos de la bailaora son un punto secundario, pero a su favor y al de su baile mismo. No deja, sin embargo, de ser notable la ristra de fijos y reveladores adjetivos que, por encima de toda otra observación y aun en exclusiva, ilustran aquellos escritos y otros posteriores, acerca de las bailarinas gaditano-romanas: "escandalosas", "lúbricas", "voluptuosas", "lascivas"... "Lubricae puellae gaditanae" es una expresión que salta con frecuencia, y las descripciones más fidedignas no dejan lugar a grandes dudas. Así la de la llamada "Danza del vientre", que, según Ethelbert Stauffer, es con la que Salomé encandiló a Herodes; cabe repetir, en defensa de esta arriesgada afirmación, que el Imperio Romano no extendió únicamente por sus dominios guarniciones, gobernadores y leyes, sino también los usos, modas y costumbres de la metrópoli.

            [...] Bástenos con saber que su significado es claramente erótico. El baile de las "puellae" es fulminado por un decreto del emperador Teodosio el Grande (español también, pero mesetario, de la segoviana Coca, poco amigo seguramente del contoneo y del arte sexual), quien les prohibió ejercerlo a recomendación de San Juan Crisóstomo; éste, acreditando una vez más la destreza del "pico de oro" que distingue su nombre en el santoral, apoyó el consejo en una frase eficaz aplicada a las "puellae": "En sus bailes, nunca le falta pareja al Diablo".

            Veamos otras dos muestras de Marcial, brutal la segunda, aunque magnífica desde el punto de vista literario y expresivo:

Nec de Gadibus improbis puellae

Vibrabunt sino fine prurientes
Lascisvos docili tremores lumbos,

Traducidas ad libitum por Rafael León: "Ni por siempre las niñas de Cádiz descaradas estarán, mientras arden de deseo agitando sus caderas lascivas con sus hábiles meneos". Y:

Tan tremulum crissat, tan blandum prurit ut ipsum

Masturbatorem fecerit Hippolytum.

"Contoneo tan tembloroso, ardor tan blando, que haría masturbarse al propio Hipólito". El título de la composición: "Puella Gaditana" (muchacha de Cádiz).

            Pese a los párrafos y ejemplos precedentes, es casi seguro que, al margen de su carnal y seductora envolvencia, los bailes femeninos gaditano-romanos constituyen un importante antecedente artístico en la sólida, compleja y discontinua historia del folklore gaditano y andaluz en general. ¡Quién sabe el tal vez abrumador parecido que debieron presentar con los que hoy conocemos, los muchos puntos de contacto que, acogiéndonos a la opinión de historiadores y folkloristas, pudieron tener con ciertos accidentes de lo que hoy entendemos por baile flamenco!

            [...]

            Son ellas, consideradas en cualquier orden, personajes de toda una leyenda real que inflama nuestra imaginación y la enriquece, aun dejando a un lado su indiscutible interés desde el punto de vista histórico-musical. He aquí, vista por Rafael Alberti y a través de Marcial, su deshecho amante, a la famosa Telethusa, hija eminente del "iocoso Gades":

            Ven, Telethusa, romana de Cádiz,
            ven a bailar bajo el sol marinero,
            ven por la sal y las dunas calientes,
            por las bodegas y verdes lagares.

            Diestra en quebrar la delgada cintura,
            en repicar los palillos sonoros,
            diestra en volar sin dormirte en el vuelo,
            en no pesar el pisar la tierra.

            Y he aquí, en fin, de Marcial mismo, otro epigrama tras cuyo brillante curso, ya a su final, se adivina, conmovedor, ese acerado encono, entre rendido y condenatorio, que sólo la humana pasión amorosa es capaz de inspirar ayer, hoy y siempre; el poeta escribe también sobre la bailarina gaditana que le robó las telas del sentido: "Maestra en adoptar posturas lascivas al son de los crótalos de la Bética y en cimbrearse al compás de los ritmos de Cádiz, capaz de devolver las fuerzas a los decaídos miembros de Péleas y de provocar al marido de Hécuba junto a la hoguera de Héctor, Telethusa martiriza y consume a su antiguo dueño, quien la vendió un día como esclava y hoy la rescata como amante".

            Telethusa... "La conocida estatua de Venus Calípige, en Nápoles, representa sin duda a una danzarina gaditano-romana, probablemente Telethusa misma", escribe Richard Ford.

            Misteriosamente, el "de gadibus improbis puellae", la verdad y la leyenda del gancho de la mujer gaditana, parecen estirarse a lo largo del tiempo, casi hasta nuestro siglo. De sus femeninos atractivo y seducción tratan intensamente, para elogiarlos o criticarlos, todos los viajeros clásicos y románticos; a su gracia en vestir la basquiña se refieren, entre otros, S. E. Cook y Murray, quien afirma a mediados del siglo XIX que las gaditanas "han conservado no pocas de aquellas libertades que causaran la indignada repulsa del censor romano", y les dedica todo un apartado de su libro Women of Cadiz. Precaviéndonos, sobre tan concreta y curiosa materia, del "partidismo" de los españoles, y no digamos de los gaditanos, sólo a autores y a viajeros extranjeros nos ceñimos aquí. Presumiblemente imparciales, sus testimonios sobre las mujeres del Cádiz antañón coinciden en admiraciones o dilaciones, remontan el Tiempo y hasta la Música −Leo Delibes y Les filles de Cadix− se suma a ese coro. En libro aparecido en París hacia 1858, el francés Antoine de Latour escribe a su vez: "La belleza de las mujeres gaditanas es célebre en el mundo entero; en sus ojos, hay además de la pasión española, la alegría andaluza moderada por esa melancolía soñadora, por esa languidez que a menudo pierde la mirada en lontananza del mar. Estas atractivas criaturas, en grupos por los paseos, o indolentemente reclinadas en los balcones, o sentadas a la sombra en sus miradores, dan a Cádiz una especie de aire oriental...". Y un siglo antes, el danés C. E. Jorgwald anota: "el hermoso puerto de Cádiz y la antigua y peligrosa belleza de sus mujeres, de las que ya me habían hablado". Y así otros viajeros europeos del XVII, XVI... Ford no vaciló en asegurar que su meneo estaba "considerado por solventes opiniones como la crissatura romana de que Marcial nos hablara", y ofrece un reverso o triste consecuencia de la "ciudad de Venus y el amor", Cádiz, en cuya primitiva Casa Cuna los niños llegaban y morían como chinches −dice en español− en proporción de un 75 por 100.


                                     Fernando Quiñones, "Capítulo I", De Cádiz y sus cantes. Llaves de una ciudad y un folclore milenarios, Madrid, Ediciones del Centro, 1974 (2ª ed., muy corregida y aumentada, a partir de la primera, en Barcelona, Seix Barral, 1964). Hay reedición reciente en Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2005.
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Es una colaboración de Ángeles Prieto Barba

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