sábado, 16 de abril de 2011

LA MUERTE DE ULISES, por Antonio Colinas

Foto Isabel González Moreno, 2009.


Ni el amor de Penélope me saciará la sed
de aventura y misterio. Sabed que no he nacido
para vida animal. Y por eso forzó
en sí el conocimiento, quiso verse en el rostro
sin rostro de los dioses que albergaban las aguas.
Después de haber probado las raíces del mal
sobre la isla de Circe, aún quiso ir más allá
del confín, hasta el fondo de la tumba del sol.
Y vio las costas últimas, y las últimas islas
surcando cual delfines el horizonte en llamas.
Al fin, tras las columnas de Hércules, el mar
era ya un mar sin gentes, soledad infinita.
Mas los cuerpos, las almas, aún estaban beodos
de aventura en la proa de aquella frágil nave.
Y otra noche cayó del lado de la aurora
como un fúnebre velo, como un gran trueno negro.
Y soplaban los astros primeros en la vela
como un húmedo beso azulado de luz.
Y la luna embrujó cinco noches seguidas
sus ojos que, por fin, vieron la cima inmensa
alzada frente a ellos, la orilla de lo oscuro,
la presencia inhumana, informe, de la nada
o del todo, en el nido del terror más sublime.
Y quisieron leer en aquella visión,
extrayendo  el secreto más hondo de la cima,
mas un viento feroz se fue alzando desde ella.
Un viento que excavaba una fosa en la mar.
La mar que hirvió furiosa encima de sus huesos.

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Antonio Colinas, canto VIII, Noche más allá de la noche (1985), recogido en En la luz respirada, Ed. de José Enrique Martínez Fernández, Madrid, Cátedra, 2004, págs. 201-202.

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