viernes, 16 de diciembre de 2011

Cádiz en LA CIUDAD ESCRITA, por Aquilino Duque



EL DIARIO DE LOLA 


Aquilino Duque 


     Rambal fue un popular hombre de teatro que, sin otro propósito que entretener a un público ingenuo y morboso, hacía en la práctica lo mismo que el orate surrealista Antonino Artaud anunciaba en la teoría. Rambal, que seguramente no sabía quién era Artaud ni Torrente Ballester, pero sí Boris Karloff y Bela Luogosi, lograba unos contundentes efectos de magia, misterio y terror sagrado. […] Rambal tenía un gran éxito popular y llenaba los teatros a rebosar; tanto era así que una vez que se representaba la Pasión del Señor, al volverse el Crucificado, encarnado por Rambal Saciá, hacia el Buen Ladrón y decirle: “En verdad, en verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso”, uno del paraíso gritó abocinando la voz:“¡Aquí no cabe ni Dios! ” 
                                                                               […]                                                  
     Las añoranzas y las evocaciones de Campuzano eran las evocaciones y las añoranzas de un demócrata. A un joven aristócrata del Puerto de Santa María, que le llevé para que lo conociera, le pregunté al salir: “¿Qué te ha parecido Campuzano?” “Mu burgarote”, me contestó. Ni el joven que me hablaba así era vulgar, que no lo era, ni mucho menos lo era Campuzano. Lo que pasa es que Campuzano no era hombre de saraos ni de ateneos, sino de tabernilla y rebotica. Era más fácil dar con él en La Privadilla o en casa de doña Ana la Meona que en La Camelia o en el Casino Gaditano. 

[…]

     En cierto modo, Mérida se parece a Puerto Real, pues es también una ciudad cuadriculada, sino que las calles de Puerto Real son estrechas y se cortan en esquinas y guardacantones, y las de Mérida son anchas y se cortan en ochavas, como el Ensanche de Barcelona. Lo peor era el calor, del que era un tímido anticipo Puerto Real con levante en calma. […] Con un poco de imaginación, y Lola tenía mucha, veía las azoteas de Puerto Real o de Chiclana y la masa verde de los pinares o las pirámides blancas de las salinas entre el centelleo al sol de los esteros, y se acordaba de que precisamente en las afueras de Puerto Real estaba el barrio de Jarana y que el baile de la región se llamaba la jarana yucateca. A veces iba Lola en un derrengado camión de viajeros hasta Progreso para ver el mar y miraba los barcos que salían y a los que su imaginación y su nostalgia señalaban la ruta de Cádiz.

[…] 

Como en la caracola, 
busco y no encuentro, 
esa mar que parece 
que llevas dentro. 












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