martes, 19 de julio de 2011

EL MAR RECREADO, un artículo de un Fernando Quiñones muy joven




EL MAR RECREADO 

Al doblar las cuatro y casi diariamente allá nos vamos. Por el aire salino, nuestros versos, nuestras discusiones y nuestros enconos musicales y literarios.

Ella, siempre indiferente, múltiple, hermosa. Nos conoce bien, ha visto mucho de todo y ya nada la turba, a no ser el pícaro viento de bolina que se le encaja de golpe, rizando inquieto su piel dorada y verdosa.

Y por ella, por la incomparable Caleta gaditana, van y vienen los cabos sueltos de la tarde, de los endecasílabos y de mi deseo transmarino, surtido vigorosamente de la contemplación del mar.

-Si yo hubiese nacido tierra adentro…

Porque suponer la impresión, la gigantesca impresión de ver el mar inesperadamente y por primera vez, abierto y entregado, ha bastado de por sí para recrear en mi inusitada y maravillosamente, un Océano sorprendedor, exótico e infantil, visto por unos ojos no elásticos, ni marineros, sino labradores y tensos desde un horizonte de teja retostadas. Y las conjeturas imposibles del mar recreado se agolpan, se atropellan, se crecen en su nostálgica impotencia…

-…viniera yo por aquí, por esta Caleta dorada caminito del faro piadoso y anacrónico. Viniera yo con los ojos vendados y me arrancarán de un tirón el pañuelo. En el verano, en la redondez frutal del verano tendido. Cuando al doblar las cuatro empiezan a regresar las barquitas de la caballa y los niños desnudos corren y gritan por las riberas y las espumas y la concha alegre de la Caleta se recoge en sí misma para beber toda la gloria de la tarde que empieza a rendirse…

Y el inefable deseo de la cuna dura en unas parameras de Soria o Ávila o en las cresterías de una sierra andaluza se multiplica, rotundísimo y frágil, en la maravilla vivísima del mar recreado.

Porque la tierra, no. La tierra es nuestra y nosotros somos de ella. Tuve ocasión perfecta de comprobarlo siendo muy niño todavía; pero estas cosas, no engañan. Llegamos de noche a un cortijo situado en el recinto del moruno y admirable pueblo de Alcalá de los Gazules. Iba dormido y no reparé en el ruido de la portezuela del taxi ni desperté, cuando en brazos de un familiar, fui conducido a la cama. Al momento en que el sol de la mañana alumbró las cales de la habitación, olorosa de peros y  aceitunas, corrí a la ventana. Las crestas de la serranía, los valles húmedos y tiernos, las campanas perdidas de la ermita perdida entre los sotos y los humos verticales, místicos, del día sobre los  ganados y los hombres, empequeñecidos en las brumas doradas  y las lejanías titilantes, se abrieron por la vez primera ante mis ojos. Grande y maravillosa sensación plural. Pero nunca sorprendedora. Porque todo aquello me retumbaba por dentro en la antelación evidente de la carne y la tierra y en la solidez entrañable de los barros hermanos.

En cambio el mar, esta mar tornadizo, diverso, multiforme, indefinitivo, nos ofrece siempre la dimensión inquietante y hechicera del extrañamiento material. Me acuerdo de los versos de Federico incipiente y los hago míos en la paz de los cielos y en el temblor perenne de las aguas…



El mar sonríe a lo lejos.

Dientes de espuma.

Labios de cielo…



mientras torna y repica susurrante la “mariposa no prendida” del infinito deseo del mar recreado y van y vienen en los oros de sol, los cabos sueltos de la tarde y de las discusiones musicales y literarias.

(-mira que si hubiese nacido tierra adentro y…).

                                                                                             

            Fernando Quiñones, "El mar recreado", La Voz del Sur (Cádiz), 26 de febrero de 1950, pág. 3
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                                                                                         Es una colaboración de Cecilia Martínez Bienvenido

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