miércoles, 16 de febrero de 2011

ALFONSO X QUIERE SER ENTERRADO EN CÁDIZ, por Pilar Paz Pasamar

La parroquia de Santa Cruz o Catedral vieja, en Cádiz

El rey Alfonso X de Castilla (1221-1284) conquistó Cádiz hacia 1262, y poco después decidió que a su muerte quería ser enterrado en la Iglesia de Santa Cruz, que él había ordenado construir sobre los restos de una mezquita. Pero su deseo no fue recogido en su testamento, otorgado en Sevilla en 1284. Finalmente su cuerpo reposó en Sevilla y su corazón, que él hubiera querido depositar en Tierra Santa, quedó en la catedral de Mucia.

Yo, Alfonso,
Rey castellano,
hijo de Fernando,
nieto de Berenguela,
Señor de Andalucía,
quiero ser enterrado junto al mar.

Ser enterrado en Cádiz,
la ciudad más antigua
a la que he repoblado
de cántabros y astures,
la que me ha conquistado
con el olor de su sabiduría.

En Cádiz junto al mar,
bajo los azulejos de la cúpula,
en la orilla que llaman
mar de los vendavales,
para que allí la mano que sacude
el hisopo infinito
aspergue diariamente
mi ceniza y reciba
la bendición salina
en cada atardecer.
Allí purgue mis culpas
pues fui rey ignorante
en estrategia y mando.

Aspiré sin sentido
a aquel reino europeo,
perseguí a los judíos,
juzgué a los musulmanes,
aunque bebí en sus fuentes,
me enfrenté con mi casta,
aborrecí la prole,
repudié a mi consorte
y llamé santo al padre
que me hizo, buscando
su reconciliación.

Mas la gloria que hube por encima
de todas, fue ese lado
de naranjos y olivos,
de caza y pesquería:
Rayhana, Alcanatif,
Xerez amurallado
−tierra de pan y vino
y de fruta sabrosa−
y Cádiz junto al mar.

Vivo en cristiano pero asumo el mundo
que conquisté arrasando y excluyendo.
Lo mío eran asuntos que aprendiera
de labios de mi abuela y de los sabios…
¿Por qué luché si el alma se me iba
tras los astros, las piedras, las alquimias,
los juegos, los secretos paladeos?

Enderecé el lenguaje castellano
con más tino que a todos los ejércitos
levantara mi espada o estandarte,
mi arenga predilecta
fue enumerar estrellas, lapidarios.
Más que aceros, los códices miniados,
el verso, por la brida,
la cántiga el final de la victoria.

Mi patria era el regazo de la alquimia,
el lenguaje y el cántico,
mi tálamo, la ciencia.
Mi amor, el astrolabio,
mi amada inaprehensible, la atroz sabiduría
de las leyes y el pueblo,
el canto de juglares,
el milagro del ritmo y la palabra.

A Cádiz dono la custodia
y desato de nudos eclesiales
con Sevilla, mi corte.

En Cádiz quiero que me entierren
junto al mar, por los siglos de los siglos.

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Pilar Paz Pasamar, “Yo, Alfonso”, Textos lapidarios. La dama de Cádiz. Poemas, Cádiz, Fundación Municipal de Cultura “Cátedra Adolfo de Castro”, 1990, págs. 25-27.

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