martes, 2 de noviembre de 2010

CUADERNO DE CÁDIZ, 1. Invitación a un viaje


        1.   INVITACIÓN A UN VIAJE

          Gustavo Adolfo Bécquer comenzaba su leyenda “Los ojos verdes”
justificando una obsesión: “Hace mucho tiempo que tenía ganas de
escribir cualquier cosa con este título. Yo creo que he visto unos ojos
como los que he pintado en esta leyenda. No sé si en sueños, pero yo
los he visto”. El lector de Bécquer recordará estos ojos cada vez que se
asome al misterio de unas aguas mudas y verdinosas, quietas e
inquietantes, suspendidas sin fondo en el barro del tiempo. Dicho de
otro modo: un poeta es quien nos enseña a mirar, a ver cualquier cosa
con un plus de emoción, de fábula, de necesidad.

          Hace tiempo que tenía yo ganas de reunir palabras sobre Cádiz.
Textos para ver la ciudad y para enseñarla al que viene de fuera de
modo que la ame, que nunca se le olvide. Porque hubo y hay muchos
enamorados de esta ciudad cuyas miradas aún hoy le dan
profundidad: un largo latido de historia, un corazón de casi tres mil
años. O de más.

       Una vez, en Grecia, una mujer que se llamaba Artemisa y era guía
de turismo nos leyó, situada en el centro del teatro de Epidauro, el
poema “Ítaca” de Constantin Cavafis. Aquel gesto sirvió para que en ese
mismo instante dejáramos de ser un anodino rebaño de turistas y
pasáramos a integrarnos en algo invisible que estaba allí, en aquella
ruina que volvió a ser, por obra y gracia de la poesía, un santuario: un
lugar sagrado donde recibir el consuelo de la sabiduría, la generosidad
y la belleza. Cádiz pudo ser una de las islas fabulosas donde paró el
gran Ulises: siguiendo a Licofrón, hay quien está convencido de que
era la isla Ogigia, donde habitaba la ninfa Calipso. Siendo esto así, a
cualquier viajero podemos dirigirle los versos de Cavafis, invitándole a
disfrutar de este puerto fenicio que sigue siendo Cádiz, Gades, Gadir:
ÍTACA

Cuando salgas de viaje para Ítaca,
desea que el camino sea largo,
colmado de aventuras, colmado de experiencias.
A los lestrigones y a los cíclopes,
al irascible Posidón no temas,
pues nunca encuentros tales tendrás en tu camino,
si tu pensamiento se mantiene alto, si una exquisita
emoción te toca cuerpo y alma.
A los lestrigones y a los cíclopes,
al fiero Posidón no encontrarás,
a no ser que los lleves ya en tu alma,
a no ser que tu alma los ponga en pie ante ti.

Desea que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas estivales
en que −¡y con qué alegre placer!−
entres en puertos que ves por vez primera.
Detente en los mercados fenicios
para adquirir sus bellas mercancías,
madreperlas y nácares, ébanos y ámbares,
y voluptuosos perfumes de todas las clases,
todos los voluptuosos perfumes que te sean posibles.
Y vete a muchas ciudades de Egipto
y aprende, aprende de los sabios.

Mantén siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Pero no tengas la menor prisa en tu viaje.
Es mejor que dure muchos años
y que viejo al fin arribes a la isla,
rico por todas las ganancias de tu viaje,
sin esperar que Ítaca te va a ofrecer riquezas.

Ítaca te ha dado un viaje hermoso.
Sin ella no te habrías puesto en marcha.
Pero  no tiene ya más que ofrecerte.

Aunque la encuentres pobre, Ítaca de ti no se ha burlado.
Convertido en tan sabio, y con tanta experiencia,
ya habrás comprendido el significado de las Ítacas.

      Constantin Cavafis, Poemas, Traducción y prólogo de Ramón Irigoyen, Barcelona, Círculo de Lectores, 1999, págs. 66-67.

         Somos descendientes de fenicios y vamos a hacer lo que mejor sabemos: comerciar. Lo ofrecemos todo, como la ninfa Calipso, dispuesta a regalarle a su amado Ulises-Odiseo incluso la inmortalidad.

          El proyecto CUADERNO DE CÁDIZ quiere ser una colección de textos de autores varios para uso de quien quiera ver y hacer ver la ciudad desde unos ojos que la conviertan, en conjunto y en cada uno de sus rincones, en experiencia inolvidable. Desde estas páginas del Diario de Cádiz iremos ofreciendo prosas y versos para enseñar y descubrir nuestro lugar. El lector puede participar enviando los materiales que quiera compartir a esta dirección: cuadernodecadiz@gmail.com. Con ellos iremos confeccionando un cuaderno de bitácora (http://cuadernodecadiz.blogspot.com/). Indicaremos siempre de dónde proceden, con lo que su identificación puede hacer cierta publicidad a ciertos libros. Indicaremos también quién los envía, si se trata de un lector, para agradecer su gentileza. Al final, nos gustaría pensar en un mapa de esos que se muestran en internet con manitas donde se puede picar para saber más: que pudiéramos pinchar en cualquier sitio la piel de Cádiz y encontrar una historia, o un poema.

         Esto quiere ser es un proyecto abierto y colectivo. Abierto porque ninguna entrega agota un tema o una perspectiva. Colectivo porque se puede sumar quien lo desee[1]. Y aquí ponemos el primer ejemplo de nuestras intenciones. Cuaderno de Cádiz, como proyecto común, viene a ser como el muro del fuerte de La Cortadura, que fue obra mancomunada allá por los años de la guerra de la Independencia contra Napoleón. Antonio Alcalá Galiano (Cádiz, 1789-Madrid,1865) cuenta en sus Recuerdos de un anciano (1878) cómo se construyó esta muralla, la más humilde, la que habría de defender las pequeñas granjas y casitas que quedaban más allá de las Puertas de Tierra y, sobre todo, alejar del casco urbano la línea de tiro. Una vez que la Junta Central decidió hacer frente a la invasión francesa y trasladarse de Sevilla a la Isla de León, se planteó el tema de la defensa de las plazas. La de la Isla se dejó en manos de la autoridad militar. En cambio, en Cádiz, la muralla de Cortadura estaba sin terminar. Nos situamos viniendo de San Fernando por la carretera de Andalucía, CA-33, en Cortadura, hoy, entre el lienzo de la muralla que cierra la playa y el actual Instituto, y estamos viendo con los ojos de Alcalá Galiano, en 1810:

     El lienzo de cantería estaba hecho, así en la parte de la cortina[2] como en la de los baluartes[3], pero por otras nada había, faltando aún el terraplén o piso de la muralla.
       A remediar tales males o peligros acudió solícito todo el vecindario de Cádiz; quiero decir, todos los vecinos varones y no impedidos. Era de ver el gentío que poblaba las afueras de aquella linda ciudad, todo él compuesto de trabajadores aficionados. Como sucede en ocasiones semejantes, reinaba entre el bullicio la alegría, sin que se pensase en que la causa de tal concurrencia más era para dolerse que para alegrarse. Frailes robustos, de aquellos de que sacan coplas los enemigos de las órdenes monásticas para ridiculizar sin razón a todos, asidos a gruesas sogas tiraban de parte de las casitas destinadas a ser derruidas (…). Hombres de todas las edades, cuyos vestidos declaraban ser su condición y situación en la vida social, cuando menos acomodada, formando cadena, pasaban de mano en mano espuertas llenas de tierra, revueltos con gente de inferior clase para la cual era más fácil, aunque en ellas no fuese costumbre, tal trabajo. Suplían el celo y el número la falta de fuerzas o de habilidad, y animaba a los trabajadores ver cuánto adelantaban, porque en poco tiempo quedó levantado el alto terraplén, que apisonaban otros a costa de salir con los brazos, si no lastimados, dolidos. Me acuerdo del buen humor con que acudíamos a trabajar, formando una como cuadrilla los que solíamos concurrir a la tertulia de la marquesa de Casa Pontejos, madre de la excelentísima señora marquesa de Miraflores. (…) ¡Con qué alegría y ardor pasábamos de mano en mano las espuertas de tierra, y las contábamos para gloriarnos de lo activo de nuestro trabajo! No así con el pisón[4], pues yo le hube de tomar creyéndole obra poco penosa, y tuve que soltarle en breve, lleno de dolores en los brazos. Una enorme caldera llena de arroz con buenos tasajos servía para reponernos de la fatiga, y metíamos en ella nuestras cucharas, de palo, pero limpias y cada día nuevas.
       Duró cosa de una semana este trabajar de todos sin orden ni regla, pero al cabo (…) entró un arreglo dispuesto por la autoridad, que fue dividir la ciudad en barrios para el trabajo, y hacer que cada día fuesen los de aquel al cual tocase hacer la necesaria faena. Ni aun por esto, a pesar de que ya privaba algo al trabajo de su calidad de voluntario, cesó el celo durante algunos días; pero empezó la hora en que con el cansancio venía la tibieza, perdiendo además la obra el atractivo de la novedad, si bien por fortuna entonces lo más urgente estaba hecho, y, por otra parte, quedaba muy disminuida la importancia de la Cortadura, porque otro era ya el punto destinado a tener a raya el poder francés.
      Antonio Alcalá Galiano, Recuerdos de un anciano (1878), Barcelona, Ed. Crítica, 2009, cap. “Cómo se pasaba el tiempo en una ciudad sitiada” (págs. 195-284).







__________________________________

[1]  Las condiciones para colaborar son cuatro: 1) El texto debe ser corto (como mucho, 2 páginas) y con un sentido completo. 2) Debe remitir a un lugar u objeto concreto de Cádiz, un sitio –o una cosa− que se pueda ver, visitar, percibir con alguno de los sentidos. 3) El remitente debe identificarse con nombre, apellidos, domicilio, teléfono, e-mail y DNI. 4) Además del texto y del nombre de su autor, se indicará de dónde se ha extraído, de qué libro o fuente procede. Nuestro criterio de selección se basará en el interés histórico, la curiosidad de la anécdota y la calidad literaria.
[2]  Cortina: 4. f. Termino militar. Lienzo de muralla que está entre dos baluartes (DRAE).
[3]  Baluarte: (Del francés antiguo balouart, y este del neerlandés medio bolwerc, empalizada de defensa). 1. m. Obra de fortificación que sobresale en el encuentro de dos cortinas o lienzos de muralla y se compone de dos caras que forman ángulo saliente, dos flancos que las unen al muro y una gola de entrada (DRAE).
[4]  Pisón: (De pisar, apretar). 1. m. Instrumento pesado y grueso, de forma por lo común de cono truncado, que está provisto de un mango, y sirve para apretar tierra, piedras, etc. (DRAE).


No hay comentarios:

Publicar un comentario